Hubo un tiempo en que el decimonónico vapor El Mallorquín trasladaba de la península a nuestra isla humanos y cerdos. La escritora francesa George Sand, que viajó a bordo de este navío en 1938, manifestó en una carta a su amiga Marliani, así como en reiteradas ocasiones en Un invierno en Mallorca, su repugnancia por el género porcino: "Hemos viajado en el barco a vapor en compañía de cien cerdos cuyo olor infecto y gritos feroces no han contribuido a curar a Chopin". Contrariamente a esta imagen desabrida y desagradable, el intelectual barcelonés Juan Cortada relata en su Viaje a la isla de Mallorca en el estío de 1845, durante la travesía nocturna: "Vino la noche y con ella una luna clara, hermosa y de plenilunio...". Dos tonos y visiones distintas provenientes de dos personas que viajaron a la misma isla con siete años de diferencia. Las disimilitudes entre ambas narraciones estriban, en palabras del historiador Albert Ghanhime -autor del estudio introductorio del ejemplar publicado por Miquel Font-, en que George Sand escribió desde el desconocimiento y el resentimiento. "Se aisló por completo en la Cartuja y no hizo ningún esfuerzo por integrarse o comprender lo que le rodeaba". La enfermedad de Chopin tampoco le puso las cosas fáciles: "Nuestra permanencia en la Cartuja de Valldemossa fue un suplicio para él y un tormento para mí. Dulce, alegre, encantador en el mundo. Cuando estaba enfermo, era desesperante en la intimidad exclusiva", relata la propia escritora.

El libro de Juan Cortada, publicitado en la época como la otra cara de Un invierno en Mallorca, es con toda propiedad un libro de viajes. El editor Miquel Font, que lo presentará el próximo día 21, a las 20 horas, en el aula 2 del Centre de Cultura ´Sa Nostra´, decidió publicarlo puesto que sólo existen dos ediciones anteriores muy antiguas: una de 1847 y otra de 1945. "En estos momentos, era casi imposible conseguir esta obra. Las cotizaciones de un ejemplar alcanzaban ahora más de 1.000 euros", tercia. La edición actual ha sido corregida, aumentada e ilustrada con el fondo fotográfico del editor.

Ghanhime, que también estará el día de la presentación en Palma, señala que el libro de George Sand se erige como una reconstrucción de esos meses de estancia invernal en la isla varios años después. Sin embargo, Juan Cortada lleva consigo lápiz y papel para imprimir de su puño y letra las vicisitudes diarias. Es por ello que la publicación está dividida por fechas, como un dietario o cuaderno de bitácora. Tal y como señala Ghanhime, el intelectual catalán conoció más y mejor el territorio mallorquín que la escritora francesa: "Se movió por Palma, Algaida, Montuïri, Vilafranca, Manacor, Sant Llorenç, Artà, Alcúdia, Sóller, Deià y Valldemossa. Recorrió caminos imposibles, se alojó en casas particulares de amigos aristócratas, aunque también lo hizo en fondas infectas. Conoció algunas fiestas populares y visitó varios monumentos de la ciudad como Sa Llonja, la Catedral o el Castell de Bellver".

La visión de este historiador catalán, que viajó a la isla junto a Antonio Reniu y Antoni Rubió, está en la línea del costumbrismo de Mesonero Romanos o Larra. Entronca también con los artículos periodísticos conocidos en la época como de variedades. No es gratuito que Cortada trabajara en dos rotativos -el Diario de Barcelona y El Telégrafo- escribiendo textos sobre temas diarios y cotidianos que afectaban a los catalanes.

Entre las páginas que redacta Cortada, se recogen múltiples apuntes sobre la falta de infraestructuras y de servicios que padecía la sociedad mallorquina a causa de la desidia política. A lo largo de estos pasajes es donde el intelectual barcelonés despliega todo un discurso regeneracionista, en el que jamás habría recalado Sand, "demasiado ocupada en sus sentimientos y aislada en su torre de marfil".

Ghanhime explica que los comentarios de Cortada sobre la placidez isleña están construidos sobre dos pilares: el aislamiento, por un lado, y la lentitud de los cambios, por otra. Pero nunca relaciona la falta de actividad, de infraestructuras y de servicios con la incuria de la aristocracia terrateniente. En aquella época, la estratificación social era muy acentuada y este intelectual viajero no podía arremeter claramante contra los de su propio estamento.

Este historiador, "impulsor del uso de la lengua catalana en la literatura", era un hombre de centro que huía de los extremismos. Conocía la revolución de la metrópoli catalana y sabía de sus excesos. Es por ello que, cuando es testigo de las luchas entre progresistas y conservadores en Binissalem, trata de relajar los ánimos en todo momento.

Cortada conocía antes de partir hacia Mallorca la obra que había dejado George Sand sobre la isla y consideraba abiertamente que la francesa había sido totalmente injusta con los mallorquines. El tono de la dedicatoria de Viaje a la isla de Mallorca en el estío de 1845 es muy significativo: "A vosotros, hijos de la deliciosa isla de Mallorca, con tanta propiedad llamada por un compatricio vuestro satélite de España, dedico este libro".

Ghanhime cree que se ha dado una situación paradójica en cuanto a los viajes de estos dos personajes románticos. Cortada, más moderado en sus posturas políticas, "entendió y toleró mejor" a los mallorquines. George Sand, en cambio, seguidora izquierdista de los preceptos de Fourier -supuestamente más progresista-, demostró "incapacidad" para comprender la realidad, situación típica por otro lado en los grandes utópicos.

Este investigador de la figura de Cortada piensa que Un invierno en Mallorca es una obra más famosa porque en ella se rastrea el punto de vista de una heroína romántica y "cómo no, por la importancia de su autora y porque es posible que literariamente sea superior". En cambio, el dietario de Juan Cortada supone una fuente de información muy fecunda para aquellos que deseen conocer mejor la realidad mallorquina de mediados del XIX.