Hace poco más de una semana finalizó la plantación de la fresa bajo los plásticos que cubren las dos hectáreas de tierra de la finca de Can Capellí del término municipal de sa Pobla, sede de la firma productora y comercializadora Frespi, que desde 1975 ofrece tan apetecible y sugerente fruto de producción propia.

Según la información facilitada a este diario por Tolo Crespí ´Cotxoroi´, uno de los responsables de la empresa familiar, la extensión plantada es de dos hectáreas (la misma de los últimos años) de fresa de la variedad ´camarosa´, procedente de California y Lugo, cultivada por el sistema tradicional, que podría proporcionar una producción estimada entre los 30.000 y los 35.000 kilos, todo dependiendo de las condiciones climatológicas que se desarrollen a lo largo de su ciclo vegetativo.

Según Crespí, esta producción propia no es suficiente para atender la demanda de su cartera de clientes, por lo que "tenemos que importar fresas de Granada y de Ávila en cantidades que varían según la demanda que tenemos."

Cosecha en agosto

Esta fresa plantada durante la primera quincena de octubre empezará a dar su fruto en condiciones de recolección a principios del mes de diciembre y la cosecha finalizará a finales de agosto, siempre que las condiciones metereológicas sean las adecuadas.

Frespi en sa Pobla y Agroilla en sus fincas del término de Manacor son los dos únicos productores y comercializadores de fresas de su propia cosecha. Aunque con métodos o sistemas de cultivo algo diferentes, ofrecen un producto de calidad superior a la cultivada e importada de la península. En este aspecto, Tolo Crespí apunta que "la diferencia está en que la fresa autóctona ha sido cultivada siguiendo métodos tradicionales" y añade que otra de las ventajas "es que la nuestra se sirve fresca, recién recolectada, podríamos decir que va desde la planta a la mesa, mientras que la procedente de fuera tiene que soportar unos días de transporte en contenedores frigoríficos, desde que es arrancada de la planta hasta llegar a los distribuidores isleños, lo cual le resta al fruto ese aroma, fragancia y sabor tan peculiar y apreciados que ofrece la cultivada en nuestros campos."

Por otra parte, explica Crespí, "también son muchas las ventajas que aporta su proceso de cultivo en invernadero, puesto que así se protege a la planta de buena parte de las inclemencias del tiempo, a la vez que permite obtener unas cualidades organolépticas, especialmente en color, tamaño y forma de la fruta, que la hace más apetitosa".