La tradicional feria de Pollença contó ayer con una novedad importante, no en cuanto a su composición, sino en su distribución. Como reconocía el alcalde, Miquel Àngel March, se redistribuyó extendiéndola a zonas que nunca antes la habían acogido. Realmente dio la apariencia de ser mucho mayor, pero cabe destacar que contaba con cierta desconexión. Muchos visitantes no se apercibieron de que en los alrededores del Pont Romà podían disfrutar de una parte muy atractiva del evento.

En el lugar mencionado se concentraron las exposiciones de ganado, algo que siempre despierta curiosidad, mayoritariamente del público infantil. Así en corrales muy bien distribuidos se podían ver ejemplares ovinos y caprinos, así como equinos, destacando un gran caballo percherón, objetivo de centenares de fotografías de aficionados. Sin olvidar un corral donde se ubicaron cabras de raza autóctona, con su peculiar olor.

El aparcamiento fue, una vez más, el gran caballo de batalla, y a pesar de haberse habilitado solares hacia el medio día se antojaba escaso, tal era la afluencia de visitantes. Los arcenes de la carretera que une Pollença con sa Pobla y con el Moll eran testigos y sujetos pasivos de tal masificación.

No así los fueron todas las cajas pues muchos artesanos lamentaban que “hay gente, eso es cierto, pero poca comprera”, espetaba Karina, vendedora de bufandas y otros complementos.

La plaza de la Vila lució esplendorosa con decoraciones para fiestas como bodas y similares. Las propuestas fueron realmente interesantes y se vieron ingeniosas soluciones con materiales tan sencillos como balas de paja. Los alrededores de la plaza de las Munnares fueron territorio para los más pequeños. Plagados de atracciones de feria, fueron el foco de atención.