Ya hace más de un siglo que nació. Y ahí sigue. Renqueando por las cuestas y con el pasaje ajeno al traqueteo de las ruedas al discurrir por los raíles. Es el tranvía de Sóller, una auténtica joya ferroviaria que sigue transportando a sus viajeros entre el Port y Sóller en un viaje que desborda romanticismo. Es el viaje de un tranvía que se rebela contra los nuevos tiempos y sigue, como hace cien años, anclado en el que es un viaje en el pasado.

Nació en 1913 como el hermano menor del tren que une Palma y Sóller y la filosofía inicial por la que se creó la primera línea de tranvía eléctrico de Mallorca fue el transporte pasajeros, amén de las mercancías en una época de penurias y dificultades en un valle que permanecía aislado del resto de la isla. El empuje de la burguesía local permitió que Sóller se abriera al mundo, poniendo en circulación un tren y un tranvía que rompieron la barrera de aquel aislamiento inmemorial.

El tranvía inicia su recorrido desde la plaza de España. En sus casi cinco kilómetros cruza el centro de Sóller y la plaza del mercado para dejar atrás el asfalto de sus calles. Atraviesa el torrent Major por un puente metálico que da paso a los pintorescos campos de naranjos que acompañan el viajero hasta el borde mismo de la bahía del Port de Sóller. Con la llegada al núcleo turístico, se puede disfrutar de la vista de las playas con sus bañistas y sus barcas de pesca que llegan a puerto cargadas de pescado fresco. El viaje se acaba en la estación terminal del Marisol, el punto y final a un trayecto que profesa eclecticismo.

Con su historia a cuestas, este medio de transporte se ha convertido en un elemento casi indispensable para Sóller tras un largo recorrido de cien años. Es la gallina de los huevos de oro para un valle en el que la industria turística es el principal motor de su economía. Con clara vocación turística, anualmente transporta un millón de pasajeros en los 33 servicios que realiza a diario entre Sóller y el Port. En temporada pueden ser incluso más. En las noches de verano, el tramnit -como se conoce al tranvía nocturno­- se convierte en una atracción que roza lo idílico.

El viajero es ajeno a sus cambios, pero desde hace años este viejo sistema de transporte se ha ido adaptando a las circunstancias de cada momento. Al correo de naranjas, carbón, torpedos, pescado y pasajeros locales le fue cediendo asientos el tan apetitoso mercado turístico. Y hoy en día, el tranvía se ha convertido en parte inquebrantable de la sociedad y de la economía local.

En este recorrido a los tiempos modernos, el servicio ha adaptado sus frecuencias, incrementado el material rodante y ha modernizado una flota de automotores para adaptarse a los criterios de seguridad que imperan hoy en día. Esta seguridad es la que ha motivado la instalación de nuevos sistemas de frenado de los convoyes, la puesta en servicio del dispositivo de "hombre muerto" o la monitorización de los convoyes mediante un sistema de GPS controlado desde la estación principal.

En sus últimas décadas el tranvía ha incorporado viejos automotores de Lisboa que han sido remozados y adaptados a las vías de Sóller, las únicas de Europa con el ancho de yarda inglesa. El aumento de la flota ha tenido su finalidad, que no ha sido otra que la de ofrecer más plazas y frecuencias en un tranvía que se había quedado pequeño ante una demanda que con los años ha ido creciendo exponencialmente. Las cifras lo dicen por sí mismas; en cien años ha transportado 60 millones de pasajeros.

Sus peculiaridades son tantas que incluso el proyecto de Ley de Transportes Terrestres de Balears que todavía está en trámite parlamentario dedica todo un capítulo al Ferrocarril de Sóller y a sus secciones del tren y del tranvía. A modo de ejemplo fija sus obligaciones como servicio público o la velocidad máxima por la que puede circular. En el caso de la línea que va hacia el Port no podrá rebasar los 40 kilómetros por hora.

En sus más de cien años de historia el tranvía ha sufrido escasos accidentes. Los más frecuentes son las rozaduras con coches "porque algunos conductores se despistan". No obstante, en la memoria todavía queda el recuerdo el aparatoso accidente entre dos convoyes que chocaron frontalmente en 2011 por el despiste de un conductor -señaló la versión oficial- en la que varias personas resultaron heridas leves.

Algunas personas han muerto arrolladas por el tranvía, a consecuencia de imprudencias de fatales consecuencias.

El tranvía de Sóller constituye todo un hito en la historia de los medios de transporte en Mallorca, conservando la mayor parte de sus elementos originales. Un verdadero milagro en los tiempos actuales, el mismo que ha permitido concebir el tranvía como un instrumento para el transporte, para el deleite y para revivir un recorrido plagado de historia. Todo ello para transmitir al pasajero un bucólico viaje en un tranvía con aires románticos.

Emili, de cobrador a maquinista

Hace 23 años que trabaja en el Ferrocarril de Sóller. En sus inicios en la empresa se dedicó a cobrar los tiques a bordo del tranvía y actualmente conduce uno de los convoyes que cruzan Sóller en dirección al Port. "En aquella época los cobradores a veces teníamos que caminar por encima de los asientos" recuerda "porque viajaba tanta gente que era imposible ir por el pasillo. Gracias a Dios eso ha cambiado porque hoy hay más tranvías y eso ya no ocurre".

Este maquinista de tren, que actualmente hace un curso de reciclaje a las palancas de un tranvía, recuerda cómo ha ido cambiando el perfil del usuario. "Antes, a primera hora, llevábamos hasta Sóller a los niños que iban al colegio, las pescaderas que se dirigían a sus puestos del mercado e incluso remolcábamos un pequeño vagón en el que se transportaba el pescado que se iba a vender allí". Todos estos recuerdos forman parte ya de la historia "porque hoy en día el turista es el principal usuario del tranvía" y el transporte de pescado se realiza en furgones.

"Antes mucha gente no tenía coche y usaba más el tren y el tranvía, lo que le daba un aire más familiar que hoy en día", afirma el conductor que recuerda con nostalgia aquella época "porque casi todos nos conocíamos", algo prácticamente imposible el flujo de viajeros extranjeros que se suben al tranvía como una atracción más. "Además, hoy en día ya no existe la cultura de servicio público como antaño", concluye el maquinista, no sin antes apretar el botón del silbato al paso del tranvía por uno de los pasos a nivel.

De hecho, recuerda que "antes no había semáforos en estos cruces, por lo que hoy en día ir en el tranvía es mucho más seguro, eso sí es una ventaja". De la seguridad afirma que "los convoyes tienen mecanismos de seguridad que antes no teníamos", todo ello sumado "a una vía perfecta" hace que el viaje en el tranvía "sea un placer". Aun así "tenemos que extremar las precauciones, porque siempre está el típico despistado que no se percata del tranvía". Para ello está la campanilla de la locomotora que se acciona manualmente con el pie, algo que sí recuerda que el de Sóller es un tranvía con un largo recorrido histórico. Una senda en la que "de accidentes, "pocos, porque conductores y peatones respetan el tranvía", que, a mucho, discurre a unos 25 kilómetros por hora.

Una curiosidad que desempolva de sus inicios como maquinista es la lira que antes usaban los tranvías, la pértiga que provista de un sistema de muelles y situada en el techo está en contacto con el cable eléctrico de la línea y sirve para tomar corriente eléctrica. "Antes cuando hacíamos el giro de los convoyes teníamos que tirar de una cuerda para orientar la lira a la dirección de la marcha", explica gesticulando con las manos Emili Sans. "Ahora ya no tenemos que hacerlo porque todas las locomotoras están provistas de pantógrafo", el elemento de forma romboidal que capta la corriente de la catenaria.