Gabriel Alenyà Estarellas (Bunyola, 1744-Maó, 1813) es todavía hoy uno de los personajes más desconocidos de la historia local, aunque entre sus méritos se cuenta uno de los mayores logros culturales de Menorca: la construcción del órgano monumental de la iglesia de Santa Maria de Maó, considerado uno de los mejores del mundo.

Fallecido hace 200 años en la capital de Menorca, había llegado a la ciudad en 1795 para hacerse cargo de esa parroquia tras haberse formado en los franciscanos de Palma y haber pasado por varias vicarias mallorquinas.

Durante los 18 años que pasó como párroco de Santa Maria de Maó, Gabriel Alenyà transformó por completo esa iglesia. Sus biógrafos recuerdan que su ministerio pastoral estuvo presidido especialmente por dos ejes básicos cuya consecución, en más de una ocasión, llegó a financiar con sus propias rentas: la "caridad hacia los pobres" y "el cuidado en la mejora del templo". Es en este segundo eje donde debemos situar su obra cumbre: la construcción del nuevo órgano monumental de la iglesia menorquina.

Un retablo para el altar

Pero aunque esa fue su obra de más relieve, no fue la única que Gabriel Alenyà emprendió. Antes, encargó la construcción de un nuevo retablo para el altar mayor del templo, que encargó a los artistas Francesc Miquel Comas y Pere Macià. Este último esculpió la figura de la Virgen que lo coronaba. Este retablo, cuya construcción el párroco bunyolí financió gracias a las limosnas y con su propio patrimonio, fue destruido en los inicios de la guerra civil y el que hoy puede verse en el templo es una réplica del original.

Salvado casi milagrosamente de la destrucción en 1936, el órgano monumental se alza como la gran obra de Gabriel Alenyà.

La construcción del nuevo instrumento, reconocido como uno de los mejores del mundo por sus grandes dimensiones, su riqueza arquitectónica y escultural y sus numeros registros de gran calidad musical, supuso una verdadera hazaña para el párroco bunyolí.

Las gestiones empezaron en el año 1804. Gabriel Alenyà se puso en contacto con los organistas alemanes Johann Kyburtz y Fracis Otter, cuyo contrato para construir el órgano ascendió a 11.200 libras catalanas que, una vez más, el párroco pagó mayoritariamente de su bolsillo. Solo Kyburtz pudo ver la obra finalizada en 1810, ya que Otter había fallecido tres años antes, en 1807.

Un total de 3.006 tubos y 51 registros dan idea de las dimensiones del nuevo órgano en el momento de su inauguración. Su construcción, en plena Guerra de la Independencia, no fue fácil.

El traslado de las piezas desde Barcelona tuvo que sortear los barcos franceses que bloqueaban el Mediterráneo y que a punto estuvieron de capturar un navío que trasladaba a Menorca abundantes piezas. Gabriel Alenyà no dudó en solicitar ayuda a la escuadra británica y esas piezas para el instrumento llegaron a Maó el 29 de agosto de 1809. El nuevo órgano se inauguró solemnemente el 30 de septiembre de 1810.

Gabriel Alenyà, en el recuerdo

Aunque el recuerdo del hombre que hizo posible tal hazaña ha permanecido casi en el olvido en Bunyola, los dieciocho años que Gabriel Alenyà pasó como párroco de la iglesia de Santa Maria de Maó sí que obtuvieron el reconocimiento que merece en esa isla.

Tras su muerte, el 31 de diciembre de 1813, los feligreses se opusieron a que fuese enterrado en el cementerio de la ciudad y quisieron que sus restos reposasen en la iglesia de la que había sido párroco. Erigieron un monumento en su memoria en la capilla del Santísimo con una lápida capturada a los franceses en 1800, durante la dominación inglesa de la isla, en la que el escultor Francesc Miquel Comas grabó el epitafio que todavía hoy puede leerse: "Sus muchas virtudes, talentos y méritos y, en especial, su ardiente caridad con los pobres y esmero en el adorno y lucimiento de este santo templo, le hacen muy acreedor a las lágrimas y eterna gratitud de los mahoneses".

Los elogios a la labor del párroco bunyolí también fueron tónica habitual en la prensa de la época, como en esta crónica publicada una semana después de su muerte: "El día de su tránsito fue en efecto un día de llanto y sentimiento casi universal para sus feligreses y especialmente para los pobres a quienes dejó en su testamento la mayor parte de sus bienes. La misma aflicción continuó el dia siguiente en que se trasladó su cadáver a esta parroquia donde hubo muchos ciudadanos que habiéndose acercado a su féretro y levantado el velo que cubría su rostro, derramaron abundantes lágrimas nacidas de la mucha pena que oprimía sus corazones por tan grande pérdida".