Para unos se rompió la tradición. Para otros se materializó por fin la nueva fiesta. La suelta de patos de Can Picafort se celebró por vez primera sin animales vivos. Ni uno solo. Los enmascarados –esos que soltaban aves de verdad cada año desde que se prohibió su participación– no actuaron, a pesar de que habían prometido que habría plumas en la fiesta.

A las 12 en punto del mediodía se daba inicio a la suelta. Los barcos fondeaban cerca de la orilla, rodeados de bañistas que acechaban los patitos de goma. En el agua había dos tipos de cazadores: los aficionados y los profesionales, que habían de demostrar su hombría y habilidad atrapando animales de plástico. Estos últimos demostraron su imaginación. Iban ataviados con variopintos artilugios para engrosar la captura: cazamariposas, colchonetas, barcas inflables o aletas. Cualquier cosa valía.

Media docena de barcas repartió los 1.500 patos –ni más ni menos– en unos 25 minutos. En el agua se oía un griterío similar al que provocaría una manada de adolescentes al ver a su ídolo. Pero, en realidad, lo que deseaban era un pato de goma. El clamor se reavivaba cada vez que uno de los tripulantes de los barcos alzaba el brazo con uno de los juguetes amarillos.

Durante la suelta de los patos de goma, unos 5.000 curiosos se agolpaban en la playa para ver el ritual. Había madres preocupadas vigilando a sus retoños. "Ya veo a mi hija, ya la veo. Está al lado de las escaleras del barco", gritaba una señora a la familia.

Mientras tanto, otros, los más morbosos, esperaban que se cumpliera la profecía. "No aparecen", comentaba un hombre extrañado. "¿Se habrán rajado al final?", decía una joven a sus amigas. Todos estaban hablando de los archiconocidos enmascarados, que habían prometido soltar plumas durante la fiesta –en vez de patos vivos, como medida anticrisis–.

Mantuvieron al público en vilo hasta el último instante. Incluso obligaron a reforzar los medios de los guardias civiles y los policías locales. Agentes de la Benemérita iban dotados de cámaras de fotos con teleobjetivos de largo alcance, pero no les hicieron falta. Esta vez los cuerpos de seguridad ganaron la partida, pero por incomparecencia del rival. Ni patos vivos, ni plumas.

Los bañistas-cazadores iban saliendo del agua. Los extranjeros inmortalizaban el momento con una foto. Había quien se sentía como una estrella de Hollywood cuando le entrevistaba la televisión: brazos en alto y símbolo de la victoria. En cambio, los veteranos lamentaban que en esta edición no hubiera habido bromistas que lanzaran ánades reales. "Nos gustaba más la fiesta cuando había patos de verdad, era más divertido. Se te escapaban, tenías que ir con cuidado de que no te pegaran con un ala... Antes nos conformábamos con uno solo", explicaba Joan Muñoz, quien cazó cinco ejemplares, con la ayuda de sus hijos y de otra familia amiga. Mateu Porres y Rafel Mulet fueron dos de los que consiguieron un mayor botín. Nueve para el primero y ocho para el segundo. ¿Cuál era su truco para no perder el tesoro por el camino? Un compartimento escondido bajo la aleta. "Pero era más interesante con patos vivos", opinaba también Porres.

Cada pato recogido servía para participar en un sorteo, que comenzó a las 12.35. Con una presentadora de lujo, Marta Lozano, se fueron cantando uno a uno los números afortunados. Diversos regidores de la corporación local se encargaron de repartir premios, besos y abrazos a los ganadores. La rifa dejó dos anécdotas. Una, la caída del cuadro eléctrico paró la megafonía e interrumpió el sorteo durante 10 minutos. Otra, que una mujer se desmayara por culpa del calor sofocante. La más afortunada de la mañana fue Consolación Tamariz, que tuvo la suerte de conseguir dos obsequios: un vale de 50 euros y el premio gordo, un fin de semana en un hotel de cuatro estrellas.