Las historias del Comte Mal – el noble Ramon Zaforteza i Fuster– han recorrido generación tras generación creando una leyenda negra, negrísima, en torno al personaje. En la memoria colectiva, y por la influencia de obras literarias que se escribieron mucho después de su muerte, aparece como un ser despiadado y cruel. Como un tirano del siglo XVII (nació en 1637) que no tuvo compasión a la hora de castigar a los que no comulgaban con él. Ya sea en Santa Margalida, donde mantuvo numerosos pleitos con la población local, o en la possessió de Galatzó (Calvià), escenario, según dicta la leyenda, de torturas estremecedoras.

La infancia de Zaforteza

Ahora, un nuevo estudio viene a arrojar algo de luz sobre una de las fases vitales menos conocidas del Comte Mal: su infancia. El trabajo, que se puede encontrar en historica.cat, lo firma el joven historiador mallorquín Francisco Molina, quien, basándose en la cantidad ingente de documentación sobre la familia Zaforteza que se guarda en el archivo capitular de la Catedral de Palma, ha reproducido un instante vital de la carrera del noble, su nombramiento como caballero de la orden de Calatrava, cuando apenas contaba con 10 años. Eran tiempos en que el futuro de un hombre quedaba establecido en la niñez.

En su análisis, Molina sitúa este nombramiento en su contexto. La designación como caballero a una edad tan temprana, explica, revela la poderosa influencia que tenía su padre, Pere Ramon Zaforteza. Fue un hombre de armas que estuvo casi medio siglo al servicio de la monarquía española, batallando en Flandes, Niewport, Ostende... Su apoyo militar se tradujo en recompensas políticas, y el progenitor alcanzó un estatus preponderante en la sociedad mallorquina de la época.

Ése fue el padre del Comte Mal, un hombre poderoso que administró el patrimonio real en la isla (fue procurador), ejerció como lugarteniente del reino, logró el título de conde de Santa Maria de Formiguera y llegó a ser nombrado miembro del consejo más cercano a Felipe IV en Madrid. Un padre de cuya sombra debía de ser difícil escapar.

Desde este lugar preeminente, recuerda el historiador Molina, el progenitor medió intensamente para que su único hijo varón tuviese un lugar destacado en la sociedad. Su vástago tenía que ser caballero de la orden de Calatrava y así lo autorizó el monarca, como recoge la documentación aportada en el estudio. Llegó entonces el día clave en la infancia del joven noble. Fue el 18 de abril de 1637. El lugar, la iglesia del monasterio de la Real. Entre los asistentes, el virrey y los principales hombres de confianza de su padre en la isla.

Celebración de ritual

El ritual seguido respondía a lo que dictaba la tradición. Después de ser bendecido por el prior, se arrodilló ante el virrey y éste mientras le tocaba tres veces la espalda con una espada decía: "Dios todopoderoso os haga buen caballero y señor, San Benito y San Bernardo sean vuestros abogados".

Cuando se le pregunta a Molina si ha podido rastrear en la documentación de esta época algún indicio acerca de la futura evolución personal del Comte Mal, sugiere un dato que sin duda pudo haber marcado a un niño. Dos años después de ser nombrado caballero, su padre murió en Madrid. Un golpe duro. Con consecuencias.

Su madre, Unissa Fuster i Net, perteneciente a una familia de la nobleza mallorquina, volvió a casarse. Lo hizo con Asbert Fuster, quien, como remarca el historiador, "tenía fama de ser un hombre rígido y de fuerte carácter, lo que no le ayudaría mucho a superar la pérdida" de su padre.