En la decisión del alcalde Mateo Isern de descabalgar a Urdangarin de la Rambla y solicitarle que en adelante se abstenga de utilizar el título de duque de Palma ha pesado más la burla soez que éste hizo sobre el ducado y el nombre de la ciudad que la millonaria fianza civil. Pero lejos de la algarabía del grupo municipal del PSM, que consideró la restitución del nombre del paseo como el cumplimiento de una de sus iniciativas y como una victoria de todos los ciudadanos, Isern llevó a cabo su acción casi sin inmutarse, sin intervenir en el pleno más que para lamentar la falta de consenso entre las fuerzas políticas, como si quisiera expresar con su silencio que nunca se podrá considerar como una victoria una decisión que afecta al honor y a la imagen de la primera institución del Estado, en la que además es la segunda ciudad de residencia del Rey. No obstante, no hubo improvisación en ella. La semana pasada el Ayuntamiento ya dio orden para que se encargara la nueva placa. Pero el viernes, en la comisión de pleno, todavía el PP votó en contra de la petición del PSM, apoyada también en ese momento por el PSOE, como si Cort no quisiera adelantar antes de lo necesario el enorme impacto que tendría la decisión, que fue comunicada a la Casa del Rey. La Rambla recupera su denominación original, pero no por la presión ciudadana, sino porque el duque se empeñó en no ser un ciudadano ejemplar.