Marius Verdaguer relata en La ciutat esvaïda que escuchaba tocar a José Casasnovas el piano. Las notas descendían Santo Domingo calle abajo. Sus nietos Pepe y Francisco Casasnovas Barceló recuerdan una anécdota repetida en la familia acerca del abuelo. Así la repiten: "Unos vecinos tuvieron una niña y le pidieron a mi abuelo, que ensayaba dos horas por la mañana y dos por la noche, que dejara de tocar el piano porque despertaba a la niña. Mi abuelo les recordó que él era profesional, que tocaba en el Teatre Principal, y debía ensayar todos los días, pero se avino a adelantar una hora el ensayo de la noche. Resulta que la cría se había acostumbrado a escuchar el piano y al dejar de oírlo fue peor el remedio. Así es que le pidieron a mi abuelo que volviera a tocar".

Mucho antes de que se sucediera esta pequeña historia doméstica y vecinal, Jaime Obrador Peris abría en 1843 la ferretería, droguería y fumistería conocida después en toda Palma por Can Casasnovas o Las Columnas. El nombre llegaría porque su hija María Obrador Palmer se desposó con el marino mercante Francisco Casasnovas, que otorgó un impulso fundamental a uno de los negocios centenarios que siguen en las mismas manos. Su hijo José, el pianista, tuvo dos hijos, Ignacio y Jaime. Hoy, en el siglo XXI, Can Casasnovas se ha dividido en dos y está en manos de Jaime, como continuador del negocio familiar de loza, cerámica, enseres de cocina y de hogar de gama alta, destinado sobre todo a listas de bodas, y sus primos Pepe y Francisco que se le han dado una vuelta de tuerca al negocio longevo.

Pepe tiene 30 años y es arquitecto técnico. Su hermano Francisco, de 29 años, es ingeniero técnico industrial. Aprovecharon el soporte familiar sólo que "haciendo algo más dinámico que aguardar al cliente con los codos en el obrador. Ellos abrieron el pasado mes de abril un pequeño café, un take away, que mantiene la atmósfera de un veterano comercio y, sobre todo, un lugar alacena donde poder encontrar productos de la tierra.

Los mostrardores antiguos, la mesa de la droguería, de la ferretería y de la fumistería se han aprovechado como mesa banco donde los clientes la comparten mientran leen el diario, toman un café o un chocolate caliente rodeados de estantes de cerámica mallorquina y catalana pintada a mano.

Están contentos con la acogida. "Tenemos precios parroquianos que no espantan a nadie. Un café con leche por 1,20 euros no es caro, y es de calidad", aprecia Francisco. Ni el uno ni el otro aspiran a dejarlo e intentarlo en sus carreras. "¡Aquí se está calentito. Me veo aquí hasta el resto de mi vida laboral. Estamos en casa!", subraya Francisco. No lo pueden decir más claro.