El plan Nájera contó con el apoyo unánime de las instituciones y los partidos políticos hasta que los vecinos empezaron a descubrir sus maximalistas contenidos, redactados a sus espaldas. Hasta que los residentes afectados, de Can Pastilla a s´Arenal de Llucmajor, advirtieron que ese plan de mejora integral acababa de un plumazo con sus casas o desterraba sus comercios a una segunda línea. Los vecinos se movilizaron contra lo que consideraron una injusticia, contrataron abogados, se unieron en plataformas que redactaron alegaciones y arrancaron compromisos a los líderes políticos. El más importante de ellos, que todo el plan va a ser redefinido. Lo que no significa otra cosa que las alegaciones serán incorporadas en los informes preceptivos municipales. La queja de Nájera es comprensible. Pero a ella también le tocará ceder, como a los vecinos, como a los hoteleros, como a los comerciantes, si quiere que el proyecto salga adelante, que tenga un futuro y no se convierta sólo en un plan de embellecimiento. Su queja es comprensible, sí, pero no del todo justa, porque tras el periodo de exposición pública, todas las competencias urbanísticas serán del consorcio. Se habrá acabado el tiempo de las reclamaciones y ya nadie podrá mirar atrás.