No sólo de pan se vive, dicen, pero si así fuera, echémosle imaginación al trigo o recuperamos la historia. La cultura de los pueblos –y se ve tambien en sus religiones– se escribe sobre esas masas que nos han criado. Desde el pan ácimo a la humilde magraneta –dónde se pueden encontrar, me pregunto, que son pocos los hornos mallorquines que las cocinan–, la harina que a todos sustenta baila al son de cualquier compañero de pista que se precie. Ya nadie se hace cruces por cruzar el trigo con la miel, o echarle unas aceitunas o unas legañas de cebolla. Desde hace medio año, en el Molinar se puede encontrar pan y café para empezar. Fibonacci es el sueño de sus dueños, John Eigil, Isabel Cardona, Tonje y Kristina, dos parejas de Noruega que se liaron la manta y dejaron el país nórdico en busca de sol. Para darnos pan.

"En los países nórdicos es muy habitual el ir a la barra, pedirte el café y llevarte el pan para casa", cuenta Mónica Verdú, una malagueña noruega que forma parte del equipo de Fibonacci.

"Queríamos vivir en Mallorca, de hecho mi mujer tiene sangre mallorquina, pero echábamos de menos un buen café", confiesa John Eigil. De ahí que escojan el café minuciosamente. "Llega a Barcelona en grano verde y allí lo tuestan. Nunca esperamos demasiado tiempo para servirlo", indica Verdú, una azafata que ha dejado los vuelos por las islas, primero Canarias y ahora, Mallorca.

El local, no demasiado grande, tiene una pequeña barra frente al gran ventanal que da al club Portitxol. Afuera una terraza. El suelo de madera. Blanco y negro. Sólo el obrador con los pasteles, los panes de distintas clases, las tartas, dan color a un establecimiento donde apetece hacer un paréntesis. El mar lo favorece.

Eso fue lo que hicieron sus propietarios ya que atrás quedan sus oficios: John es abogado y antes fue un pionero en las empresas de aceso a internet, su mujer es criminóloga, Kristian es economista y Tonje es enfermera.

Quizá por sus orígenes, en Fibonacci haya un mayor porcentaje de clientes extranjeros. "Les gusta poder escoger entre distintos tipos de pan, y en Mallorca es difícil encontrarlos. Por eso, muchos clientes extranjeros vienen aquí desde Andratx, Portals, pero poco a poco van llegando clientes de todos los países", señala Mónica Verdú. De hecho, en el melting pot se escucha noruego, inglés, español con acento andaluz y mallorquín.

Lucen y alimentan en sus estantes el pan de centeno, el de aceitunas y tomate, el que lleva miel, el de muesli, el de pepitas de girasol, de calabaza, de espelta, de nueces y orégano, el rústico, que lleva patata, el de queso. El más caro, 4,90, el pan pan campesino,elaborado con un noventa y ocho por ciento de centeno. ¡Cómo para huir si vives prisionero de tu báscula! No falta la jarra de gazpacho, las quiches y la repostería casera que "recupera recetas antiguas de Noruega", especifica Verdú.

Mientras John charla animadamente con unos amigos del país de los fríos, su socia Tonje se acerca a pedir café con los granos de todo el mundo. También es posible llenar tu despensa con aceites, vinagres, mermeladas, sal y otros engordes.