Parece que no son de este mundo, aunque ellas aseguran que viven "para rogar por los que están aquí. Ésa es nuestra misión", afirma la madre abadesa, Catalina Morey. Es su cometido espiritual, pero el terrenal y más conocido es el de deleitar a los palmesanos con sus pastas y recoger las donaciones de huevos de creyentes que les piden que no llueva tal día, como por ejemplo en su boda. "Les decimos que rezaremos para que salga el sol, pero lo importante es que se quieran y sean felices siempre". Son las clarisas, las hermanas de la orden de Santa Clara, que oran y viven desde hace 750 años en el convento situado en el barrio de sa Calatrava.

El aniversario de la conclusión del claustro transcurre sin apenas alteración en el quehacer cotidiano de las 14 religiosas que hay tras los muros de la tranquila calle Can Fonollar. Están más expectantes por la fecha de la celebración de la fundación de la orden. Dentro de dos años habrán pasado ocho siglos desde que una joven llamada Clara "se escapó de su casa y se consagró al Señor, luchando toda su vida para servirlo y cumplir la regla de la justísima pobreza, es decir, la pobreza más radical, que consiste en no tener renta ni posesiones", explica sor Catalina.

Desde Tarragona

Sólo tres años después de que Santa Clara falleciese, las hermanas sor Catalina y sor Guillermina Berenguer vinieron a Palma procedentes del monasterio tarraconense de las clarisas. "Eran los tiempos en que reinaba Jaume I de Aragón, quien les dio el beneplácito para fundar este convento, por lo que buscaron un terreno aquí y lo pagaron con dos mil alfonsinos. Eligieron bien porque tenemos una preciosa vista", bromea la madre abadesa.

"Comenzaría la vida de clausura del nuevo convento en enero de 1260 [hace ahora 750 años], encerrándose algunas señoras de primera nobleza, prosiguiendo y aumentando las monjas, llegando algún tiempo después al número de ciento". Así lo explica Las piedras que hablan de Dios, un pequeño libro sobre los orígenes y la historia que estas hermanas venden para poder sustentarse, así como vídeos, pastas, rosarios y belenes.

En aquella época, el convento de Santa Clara ocupaba todo lo que hoy es el barrio de sa Calatrava. "Imagínate, llegaba hasta la calle Sol, conocida como el borne de Santa Clara, y había un huerto enorme, con todo lo necesario para subsistir de lo que cultivaban, e incluso con animales", señala la abadesa. Había que dar cobijo y abastecer hasta un centenar de religiosas.

En la actualidad son 14 monjas con edades comprendidas entre los 25 y los 102 años, y tienen un pequeño huerto en el que "una hermana cultiva lechugas, judías, tomates, acelgas y poca cosa más", enumera sor Catalina. La primera regla de las clarisas –la de la pobreza– y la vida en clausura continúa manteniéndose, aunque "una de las monjas puede salir del recinto porque no ha hecho este voto y es la que se encarga de comprar lo necesario y hacer los recados". Las demás, sólo en ocasiones excepcionales, "para ir al hospital, renovar el DNI o cosas así". De hecho, para hablar con la madre abadesa hay que hacerlo a través de una reja y, para comprar pastas, se ofrecen mediante un torno de madera.

Las conocidas pastas

Tras cruzar un bello pórtico y la plaza de la iglesia, a mano derecha se accede a la entrada del monasterio de Santa Clara, en cuya puerta cuelga un listado: "crespells, mantecados, bocaditos de almendra, rollitos de anís, coquitos, corazones dulces", y prosigue con "pastas de té: gotas de limón, flor de azahar, flor de vainilla y lunas de café". En Navidad tienen turrón.

La fama de estos dulces viene dada por la tradición de la península, ya que hace menos de cinco años que las clarisas de Palma se dedican a la repostería. "Nuestra idea era poder hacer algo juntas, ya que antes trabajábamos de forma más dispersa, sobre todo en arreglos de costura para las iglesias. Sin embargo, había hermanas que no podían coser, por lo que comenzamos a hacer pastas para venderlas, como nuestras hermanas de la península". Sor Catalina apunta no obstante que también continúan haciendo algunos zurcidos, limpiando y planchando manteles, hábitos y demás, principalmente para la Catedral.

En cuanto a la costumbre de llevar huevos a Santa Clara para que no llueva, ésta sí es arraigada y provoca que a veces se acumulen numerosas docenas en el claustro. "Nos vuelven locas con tanta cantidad", bromea la clarisa. Cuando sobra este ingrediente de sus recetas, entregan los huevos a los pobres. Los enamorados incluso ponen su foto en ellos, aunque sor Catalina insiste en que lo importante no es que haga buen o mal tiempo, sino que se quieran, se respeten y sean felices.