Difícilmente habrán oído hablar del slow life, una nueva corriente cultural cada vez más de moda -aunque muchos la tachen de snob-, y que aboga por la desaceleración de nuestra forma de vida y por la búsqueda de un mayor espacio para el ocio. Pero aunque no hayan oído hablar de ella, la viven diariamente, poniendo en práctica las propiedades sedantes de ver la vida pasar. Si lo hicieran en la puerta de su casa no tendría nada de llamativo, pero lo hacen en el medio del gran trasiego de gente que diariamente circula por la plaza España, donde todo el mundo corre como en las grandes ciudades, donde de slow life, res de res.

Es común verlos sentados en los bancos de Bennàssar. Nunca son menos de tres, aunque pueden ser más. Siempre se los ve conversando alegremente, sin perder detalle de todo lo que pasa a su alrededor, aunque su debilidad son las turistas, cuanto más jóvenes y bellas, mejor. No falta un día en que alguna se acerque a hacerles alguna consulta con el mapa en la mano, y se convierten en los mejores guías. Son, en sí mismos, una isla en el medio de la plaza, invisibles para la mayoría, pero perfectamente visibles para aquellos que ven en ellos un vago recuerdo de como era la tranquila vida en Ciutat años atrás. Tranquilidad que, quién sabe hasta cuándo, aún puede respirarse en algunos barrios de su periferia, donde los mayores aún gozan de sitios donde entregarse al dolce far niente. Al placer de la dulce ociosidad.

Cerca de allí, en la calle San Miguel y en la calle Oms, diversos empleados de la Cruz Roja, ajenos al calor y a la indiferencia de la gente más preocupada por las rebajas que por otra cosa, intentan el contacto visual con algunos transeúntes. Si lo logran con alguno de ellos, intentan detenerle para hablarle de la campaña de captación de nuevos socios, que comenzó en junio y acabará a fines de agosto. También recurren al socorrido "¿Tiene un minuto?", pero tiene menos éxito. El contacto visual les da mejores resultados. En cualquier caso, les explican que la Cruz Roja está presente en todas las zonas del mundo donde se le necesita, pero que también está cerca de ellos, ayudando a las personas mayores, a los sectores de la sociedad más marginados, a los niños, a las mujeres con dificultades sociales, a los discapacitados... Y que se puede ayudar mucho con sólo doce euros mensuales. Difícil decir que no, tanto por lo irrisorio de la suma, como por la infinita simpatía de los captadores.

Aparcar en el paseo Marítimo se convierte en la única salida para aquellos viajeros que deben coger un barco y no cuentan con un alma caritativa que los lleve al puerto, especialmente si se vive en la Part Forana. La temporada alta provoca que los escasos aparcamientos no sujetos a la ORA se saturen, y que los vecinos de la zona tengan que encomendarse a la divina providencia para encontrar un sitio donde estacionar, y que no esté a un kilómetro de sus casas. Dentro de la extensión portuaria, todo es zona azul. Hay que fastidiarse.