Pinos a babor y estribor de un castillo

M. Dolores Vázquez Rovira.

Cual centinelas vigías del Castillo de Bellver crecen pinos que por su tamaño y altura se deben podar. Llevo días leyendo que el precioso monumento no se puede ya ver desde Ciutat. Han crecido demasiado. Y la Torre del Homenaje no se va a derribar.

Admiro el Castillo desde hace mucho tiempo, recreo cuerpo y alma caminando hacia él un día y otro. Sus caminos de tierra y piedras se empinan con suavidad hacia él si entro por Sa Taulera. Caminantes sí hay camino. La gente lo sabe. Se hace deporte, y de cualquier edad se ve al deportista en colorín de atuendo corriendo por allí. Me conformo con el caminar, bastón de mando en mano. Sí que desde mis pasos-paseos se ve el Castillo. Llego arriba y los fieles centinelas de tiempo ocupan en tamaño gigante a quienes fueron recién nacidos o recién plantados en su día.

Los fotografío una y otra vez. Saben del público que va a pie, de los que llegan en autobús, bicicleta, moto o coche. Y entre «centinelas» y con su permiso suben y merodean el interior, las escalinatas, el paisaje con mar a los lejos y la Serra Tramuntana a la vista. Hay bodas. Viento a veces. Y admiración por parte de la mayoría.

Comprendo que desde el salón de cualquier casa no se pueda ver. Ni sentado aquel frente a la mesa camilla. Puedo llegar a pie y casualmente esta mañana de marzo una pareja de Policías Locales a caballo: una ella en un castaño y un él en corcel tordo, me confirman lo que se escribe o dice estos días. El conjunto es precioso. La ciudad suspira por volverlo a ver. Comprendo que los pinos se talen, pues...

Propongo un homenaje de paseantes anónimos que llenen sus troncos de mensajes y honores de bien. Los centinelas vigías se irán. Como ¿debe? ser.