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Cueto

Ha muerto Juan Cueto, o uno de los hombres que dio a España las dosis de modernidad que el país deseaba mientras finiquitaba la dictadura. Cueto fue el más moderno de todos -sin un solo ápice de la hojalatería de la modernez- y eso que su aspecto no lo era en absoluto. Moderno, quiero decir. Llevaba el pelo cortado como los moteros de barriada: más corto y hacia atrás por arriba y algo más largo por detrás. Vestía cazadora de piel pero no de rocker, sino de grandes almacenes. Usaba todavía shetlands como de pijo de antes. No tenía carnet de conducir y fue pionero -hace casi cincuenta años- de la bicicleta eléctrica. Lucía bigote de foca-monje: nadie hubiera dicho, al verlo entonces, que se trataba de un hombre moderno. Y sin embargo lo era: el que más. Desde sus conocimientos y aplicación social de la semiótica, su concepto de la televisión, su idea de la publicidad, su consideración del cerebro como laboratorio de procesos químicos estimulados desde el exterior (en esto era de la estirpe de Jünger, Leary o Escohotado), su habla acelerada y lúcida, su afinado y nada dañino sentido del humor, su cultura profunda y sobre todo, su voluntad enciclopédica y universalizadora. Todo eso era Cueto y mucho más.

En este "mucho más" cabe ser el autor de la mejor columna periodística de la segunda mitad del siglo XX español. Se publicó en 1989 en El País -periódico del que siempre formó parte-, cuando los kiwis empezaban a invadirnos. Se titulaba El kiwi o Kiwimanía, ya no recuerdo su título exacto. Lo que sí recuerdo es que era una columna espléndida en la que haciendo un divertidísimo retrato de ese fruto extraterrestre, nos retrataba a nosotros en un futuro que ya había empezado y ahora está aquí. Les recomiendo que busquen esa columna en internet y la lean. Sólo podía escribirla él, Cueto, el ilustrado poscontemporáneo.

¿Tanto lío por una columna de periódico? Es obvio que no, pero a mí me bastaría con ella y circuló -no sé si lo sigue haciendo- en las facultades de periodismo y de letras con vertiginosa asiduidad. Hay más: Cueto fundó Canal+ y trazó la mayoría de sus pautas. Cueto fundó la revista cultural Cuadernos del Norte -donde escribimos algunos mallorquines y ya explicaré luego por qué- y Cuadernos del Norte vino a ser la Papeles de Son Armadans de la democracia. Cueto tuvo algo que ver en que la estatuilla de los premios Príncipe de Asturias fuera de Joan Miró y Cueto estuvo detrás, ya digo, de muchas de las cosas que contribuyeron a convertir nuestra sociedad en moderna y europea. Como otros asturianos fue alumno del filósofo Gustavo Bueno, quien enriqueció y proyectó algunas de las mentes prodigiosas de la generación anterior a la mía. O mejor: de la generación de la que la mía es epigonal. Alberto Cardín, Mariano Antolín Rato o Fernando G. Corugedo son algunos de esos nombres; como lo fue Cueto, un par de años mayor que ellos. Y en Corugedo -que fue secretario de Cela a partir de los 70 y factótum de Papeles...- está la conexión mallorquina -siempre hay una conexión mallorquina- de Juan Cueto, el hombre que vivía en Villa Ketty, la casa de un nazi que se refugió en España al acabar la II Guerra Mundial y cuyo baño -nos contaba Corugedo en los primeros 70- estaba embaldosado de cruces gamadas con fondo rojo y blanco.

Porque Cueto y Fernando G. Corugedo fueron cuñados: Cueto estuvo casado con una hermana de Fernando y de ahí viene el link insular que explica o precisa algunas de las cosas citadas en el párrafo anterior. Con su muerte, también en Cueto hay algo que encaja con los acelerados tiempos actuales. Con él se va una época que está desapareciendo demasiado deprisa pero que fue en la que se educó nuestra vida adulta. La época que Cueto representó y en cierto modo creó en España -no él solo, pero su papel fue grande- hace tiempo que es un holograma y son muchos los que se dedican a descalificarla: porque Juan Cueto fue también de lo mejor de la Transición, del lado cultura y mass-media. Y su enfermedad -el alzhéimer-, la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, es además, la metáfora perfecta de nuestra época: el olvido que permite que nos cuenten las cosas como no fueron nunca. También en esto ha sido un hombre moderno y metafórico de los tiempos que han de venir. O, perdón, de los que ya están aquí.

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