Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una Chipre que Afrodita no imaginó

La diosa del amor y la belleza surgió, junto a la costa chipriota, de la espuma que se levantó tras caer al agua los genitales de Urano, mutilado por Crono. No obstante y tras la reciente visita a esa isla, se diría que la sombra de Venus ha sido sustituida por la de aquella castración previa, vista la reciente historia de violencia y desencuentro.

La tercera isla del Mediterráneo por extensión e independizada del dominio inglés en 1960, fue al poco escenario de constantes enfrentamientos entre sus dos etnias, griega y turca, a lo largo y ancho del territorio: terrorismo que los turcos atribuyen a los grecochipriotas y que a su juicio justificaron la invasión en 1974, tomando finalmente un 37% del territorio (el norte de la isla, que fue donde estuvimos) y estableciéndose una definitiva frontera que, conocida como "Línea verde" (por el color con que se dibujó sobre el mapa) separa una Chipre griega, al sur -integrada en la U.E y que aloja a las tres cuartas partes de una población que suma en total poco más de un millón-, de la República Turca del Norte, sólo reconocida internacionalmente por la propia Turquía y Pakistán.

No diré que nuestro periplo por esa Chipre turca careciese de interés. Se conservan algunas catedrales góticas, reconvertidas en mezquitas, así como ruinas greco-romanas varias que bien merecen de una visita. Sin embargo, la organización turística está aún precisada de rodaje y el limitado acerbo arquitectónico no da para más que unos pocos días en los que primó la susodicha frontera, el interés por averiguar sus efectos entre los habitantes y cuáles las aspiraciones de una población, la del norte, aislada en comparación con la Chipre griega, de menores recursos, el agua a cuentagotas y que tiene en los estudiantes extranjeros (alberga a cerca de 100.000) una de las principales fuentes de ingresos aunque insuficiente y otra vez, en cada debate con nuestro guía, aquella línea verde de 180 kilómetros que, vista sobre el terreno, muestra en toda la crudeza el sinsentido de su existencia.

No se trata de un muro como en tiempos fuera el de Berlín, sino de una precaria barrera: en algunos tramos, rejilla metálica de un par de metros de altura y cubierta con jirones de tela plástica; en otros, oxidados bidones alineados para señalar, en ambos casos, esa "Zona muerta" de entre 500 y varios miles de metros en anchura donde está prohibido el tránsito a vehículos o peatones y es controlada por tropas de las Naciones Unidas, los Cascos azules, que garantizan el cierre hermético o lo que es lo mismo y consustancial a cualquier frontera: la mutua exclusión. En esa franja, desierta y devorada por la maleza, aún se aprecian con claridad las secuelas de la violenta división; edificios en trance de ruina tras ser precipitadamente abandonados por sus moradores, hoteles con los muros parcialmente derribados por los bombardeos€ Y la tal frontera, ejemplo de sinrazón y tumba de muchos, divide la atractiva ciudad de Famagusta o la propia capital, Nicosia: única en el mundo que pertenece por mitad a dos países y en la que, para cruzar de una a otra parte, los extranjeros precisan de pasaporte mientras que los oriundos del lugar tienen vetado el paso.

Dada la situación, es comprensible que en ambos lados se esté por una reunificación que sin duda beneficiaría al conjunto y permitiría una mejor integración de la isla en el concierto internacional, en el ámbito del euro (en la República del Norte se emplea la Lira turca) y dibujando un futuro con mayores expectativas de bienestar para los turcochipriotas, lastrados hoy por el aislamiento y en consecuencia con superiores dificultades a las de sus vecinos del sur. Pese a ello y la explícita voluntad de una mayoría, la política de los Estados implicados, Grecia y Turquía, se mueve en un marco de distintas prioridades entre las que se cuentan el interés por explotar unilateralmente los recursos naturales y es que, amén de las minas de un cobre que dio nombre a la isla, se han detectado importantes depósitos de gas natural a cuya propiedad aspiran los dos, aunque tal objetivo se disfrace con alegaciones varias y así, los griegos exigen la extradición de todos los turcos afincados en Chipre desde 1974, año de la invasión, mientras que estos esgrimen, como razón de su presencia, la reacción a las matanzas perpetradas por los griegos con anterioridad.

Sea como fuere, allí sigue la vergonzante división entre hierros y desolación, atrayendo la morbosa curiosidad de los visitantes como exponente de una irracional deriva que el interés de ambos Gobiernos mantiene por sobre una cotidianeidad, la de los pobladores, relegada a segundo plano. Se trata de un problema que la política ha enquistado, y en el resto de Europa sabemos algo de eso. Por ello, tras un Brexit o el frustrado intento de Catalexit (Catasurtida, por ser fieles al idioma de cada cual) y las fronteras consiguientes, el Chipre reunificado sería un contrapunto. Para la mayoría de quienes viven allí, el suspirado colofón y, para muchos otros, una excelente noticia.

Compartir el artículo

stats