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Bellas palabras

La delicada expresión utilizada por el alcalde de Palma (privadamente, eso sí) hace pocos días me sugiere dos reflexiones: la primera, que estas cosas mejor estarían dichas a solas ante el espejo del cuarto de baño y con la puerta cerrada. Y la segunda, que tales fórmulas verbales son reveladoras de una zafiedad y de una bajeza moral que casan muy mal con el bien hacer de que debe hacer gala un personaje elegido para un cargo de responsabilidad.

Y si no, juzguen ustedes: "(Blasfemia) la (mujer de mala vida), estoy hasta los (pequeños tesoros que el hombre guarda entre las piernas) de España, ¿sabes?". Esta expresión del señor alcalde de Palma, elegido, todo hay que decirlo, por el 15% de la población que constituye el Més, es repugnante no solo por el desprecio que muestra hacia el país en el que vive, de cuyo pasaporte es titular y una de cuyas capitales dirige, sino por la refinada selección de epítetos que le propina. Acaso habría sido más apropiado (aunque bastante más largo y tras una aproximación intelectual de mayor finura) decir: "Bueno, lo cierto es que me cansa todo el debate en torno a España y defendería con gusto y vigor una discusión profunda y productiva sobre su futuro y el encaje de Balears fuera de él". Qué quieren que les diga.

Las cámaras, los micrófonos y los que son capaces de leer los labios juegan malas pasadas a quienes pillan desprevenidos. No tendría mayor importancia, o sí la tendría, si revelaran secretos, planes u opiniones de quienes así hablan. De ahí viene la moda que todos, no solo los futbolistas, practican: se tapan la boca con la palma de la mano para susurrar al oído del compañero lo que piensan de esto o aquello. Pero no solo se manifiestan de este modo sino que además aprovechan para insultar o descalificar al contrario. Vamos, digo yo.

En vista de lo cual, cuando han sido pillados en falta, los parlanchines reaccionan de dos maneras: o dicen que piden perdón si han podido ofender a alguien (nunca admiten haberlo hecho) o aseguran que sus palabras han sido mal interpretadas y citadas fuera de contexto. Muy bien. Yo propondría que todo personaje público llevara de ahora en adelante una careta como la de Hanibal Lechter y santas pascuas.

Volviendo al señor alcalde de Palma, sus exabruptos son perfectamente equiparables a los de nuestro villano preferido, Donald Trump. Que me digan si no si sus palabras son más finas y educadas que las del presidente de Estados Unidos cuando afirmó "basta agarrar a las mujeres por el (órgano femenino) para que puedas hacer lo que quieras con ellas". Todo dicho entre amigos, en un caso, y en el vestuario de un equipo de futbol americano, en el otro.

No descubriré nada si afirmo que nuestra clase política es de limitadas entendederas, carece de educación formal en muchos casos y su verbalización es extremadamente pobre. En el Congreso de los Diputados, sin ir más lejos, se aprecia una degeneración progresiva y acelerada de la forma de hablar y de los conceptos que se barajan. No se manejan conceptos elevados, pensamientos refinados, argumentos sopesados cuidadosamente, no se cita a poetas y escritores (los intelectuales conocen las citas, no necesitan en un texto que luego leen intentando disimular su ignorancia). Ni siquiera se construyen frases y parlamentos con corrección. Todo parte de la pobreza académica e intelectual de quienes nos representan. Y de este modo es posible que un alcalde de una capital diga las cosas que dicen muchos, sin respeto por el lenguaje ni atención a la altura de miras ni entrega al servicio de la nación.

O por decirlo de modo resumido, faltan en nuestros personajes públicos la ética y la estética. Carecen del concepto moral de su función y encima son incapaces de construir frases de una cierta belleza. Combinando ambas cosas se llega a la definición de un verdadero parlamentario, eficaz, respetable e intachable en su trayectoria pública y en su filosofía política en la que no cabe la corrupción.

Por esta razón dimiten tantos hombres públicos británicos a la menor sospecha de comportamiento inmoral o delictivo. Eso les exige la vida pública y a nadie se le ocurre disentir.

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