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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

La partición

Escribo antes de conocer el resultado de las elecciones francesas, ese desafío de una parte del electorado maltrecho a ese otro vector social esperanzado ante las dificultades actuales o pretendiendo esperanzarse. Un desafío de los defraudados a los satisfechos con el sistema imperante. Sin pretender, por ello, maldecir al propio sistema, entre otras razones porque pienso, y cada vez más, que se nos hace imposible transformarlo en aquellos sueños de las socialdemocracias de antaño. Supongo que saben a qué me refiero. En fin, la señora Le Pen, que será derrotada a Dios gracias, y el señor Macron, uno más en la lista de los que prometen desde adentro. Más de lo mismo. Porque no deberíamos hacernos ilusiones: rechazar el lepenismo no convierte al macronismo en una ideología admirable. Para nada. Como veremos muy pronto. Pero cuando la publicación de estas líneas, el gran interrogante estará ya resuelto y en general todos respiraremos tranquilos: nuevamente Goliat habrá vencido a un David peligrosísimo en su vertiginosa prepotencia. Al revés del caso bíblico.

Pero esta situación francesa, si le sumamos la norteamericana, la italiana, la inglesa, la colombiana, la centroeuropea en general, y la misma española, tal situación mundial solamente refuerza lo que venimos escribiendo de un tiempo a esta parte: la imposibilidad una y otra vez demostrada de que la desigualdad se contenga en beneficio de un objetivo progreso de la igualdad. No hay manera. Todos sabemos que la desigualdad está en el núcleo de nuestros males inveterados, y sin embargo, la crisis reciente ha vuelto a demostrar que las peores debacles históricas acaban por zanjarse a favor de quien más tiene y en perjuicio de quienes menos poseen y desean. Porque acaban por desear meno. Que ésta es la mayor de las tristezas: pervertir el mundo de las ambiciones más elementales del corazón humano. Dejar de desear.

Pongamos un ejemplo ciudadano. En nuestra Palma tan desarrollista y ejemplar para el resto de ciudades españolas, porque es la urbe deseada para el conjunto, existen ámbitos de miseria, en los que se mantienen vidas bajo los umbrales de la pobreza material y nada digamos de la espiritual/psicológica. Todos lo sabemos porque los medios, si bien solamente de vez en cuando, nos lo recuerdan a raíz de algún informe de Cáritas, cada vez más urgente en este paraíso de las ilusiones perdidas. Añadan la tarea de las parroquias, de las asistencias de tanta sociedad política y civil, de infinitas oenegés que, para colmo, reciben desautorizaciones para limpiar nuestras conciencias, de empresarios decentes empeñados en crear puestos de trabajo más allá de la mera productividad estricta, y de un grupo de ciudadanos, tantas veces católicos, que dedican parte de su vida a este vector de los desasistidos de la historia. Pero de todas estas personas algo se sabe. Se habla y escribe de ellas.

Lo más doloroso, desde mi punto de vista, es ese sector de mallorquines y no mallorquines que, por el desempleo rampante, el aumento de la digitalización, la bajada demoledora de salarios de medio pelo, baritos mínimos, vintages del fondo de los parientes, o aceptar tareas subterráneas en lugares que prefiero no citar por respeto a ellos y ellas mismos. Intentan hacer algo, casi en la asumida desesperación, pero poco pueden. Y tal vez acaban abandonando esta isla mínima, mínima en la igualdad y máxima en la desigualdad. Nunca se habla o escribe de esta legión de conciudadanos nuestros, a quienes me encuentro tantas veces en mi barrio, próximo al mar, antiguo y aparentemente señorial, visitado cada vez más por turistas que lo fotografían y toman cervecitas baratas, entre otras lindezas. A todo esto, añadan el universo desasistido de la ancianidad, lo más ofensivo del momento.

? Y lo que nunca se ve. El mal gusto que tenemos para quienes sufren en la oscuridad. Molestan. Algo habrán hecho para estar así. Yo mismo me extasío ante la bahía repleta de veleros y de barcos inmensos llenos de turistas compradores de todo lo que les ofrecemos. Está claro que forma parte de nuestra isla. Y está bien que vengan y compren. Y que se sientan a gusto, faltaba más. Pero la pobreza, la asunción de tal pobreza, esa sumisión a los vaivenes de la historia, la percepción del futuro como algo inasequible, esta masa de personas, de sensaciones y de percepciones que debieran amargarnos un poquito la vida, aunque solamente fuere para "estar pendientes de", tantas realidades dolorosas están ahí. Y el papa Francisco lo repite una y otra vez, pero aplausos sin más. Y en todo caso, alguna soterrada crítica porque comienza a exagerar este papa tan arrogante en sus denuncias?

Miro el universo francés, partido en dos. Y me digo con un tremendo malestar: es la partición social en dos segmentos, quienes esperan futuro y quienes han abdicado por razones que hemos intentado escrutar. Pero están ahí. No a la vuelta de la esquina. En la misma esquina. Nuestros palmesanos ocultos o descaradamente presentes. La partición. La maldita partición.

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