Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

La derrota de Renzi

La derrota de Renzi en el referéndum de ayer es un fenómeno complejo que no debería simplificarse porque en modo alguno puede ser interpretado como una nueva quiebra de la Unión Europea o como el triunfo de los antisistema frente a los partidos tradicionales.

De entrada, en todo este asunto hay una sobrevaloración maliciosa del propio promotor, como ya le sucedió a Cameron con el 'Brexit': ni el prestigio del británico bastó para convencer a una mayoría, ni el ímpetu del joven exalcalde de Florencia ha bastado para que los italianos aceptaran unos cambios de dudoso contenido y relativa inoportunidad propuestos por un ciudadano que no ha sido elegido a través de las urnas (tampoco lo fue su predecesor, Letta).

El cambio constitucional que ha obligado finalmente a dimitir a Renzi era tan audaz que estaba condenado al fracaso de antemano. El régimen italiano de 1948, tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, fue fundado sobre las cenizas del fascismo de Mussolini. Tras la capitulación de 1945, el pueblo italiano fue dos veces a las urnas: una para elegir una asamblea constituyente y otra para pronunciarse entre monarquía y república. Tras optar por esta última, la asamblea alumbró la nueva Carta Magna, que lógicamente había procurado instaurar una serie de equilibrios internos que hicieran inviable el surgimiento de un nuevo Duce con pretensiones mesiánicas y autoritarias. El nuevo sistema engendró un potente, quizá desproporcionado, poder legislativo formado por dos cámaras colegisladoras, y un sistema electoral proporcional que dio lugar a un inestable pluripartidismo. En cierto que en los setenta años transcurridos Italia ha sido un modelo de inestabilidad gubernamental (la duración media de los gobiernos ha sido de poco más de un año), pero la solución no estribaba evidentemente en una reforma apresurada, de pésima calidad técnica, que convertía el Senado en una cámara administrativa no elegida, que concentraba excesivo poder en el Ejecutivo y que producía una dudosa recentralización del país, moderadamente descentralizado en la actualidad.

Renzi se obstinó en solitario en la gran mudanza ya que ni siquiera su partido, el Democrático -una evolución del antiguo Partido Comunista-, estaba unánimemente tras su propuesta. Pero el resultado que ha obtenido este joven político de 42 años no es en absoluto desdeñable: casi el 40% de los italianos está tras él, un patrimonio político que nadie más puede exhibir ni de lejos. En consecuencia, se equivocan quienes le dan por muerto. Es muy posible que incluso se presente, y con importantes posibilidades, a las próximas elecciones generales, que probablemente tendrán lugar el año próximo.

Es cierto que el Movimiento populista 5S de Beppe Grillo, al que las encuestas y los analistas atribuyen entre el 30 y el 35% de los votos italianos, ha estado al frente del no, pero en realidad la oposición a la reforma ha sido unánime, por lo que su paternidad ha de ser convenientemente prorrateada: también la Liga Norte, ultraderechista, y el Polo de la Libertad de Berlusconi han apostado por mantener el modelo actual. En consecuencia, no parece que este resultado abone singularmente el populismo, ni que inestabilice todavía más a Europa? La votación ha sido sobre todo en clave italiana, y no admite comparación alguna con el 'Brexit', ni mucho menos puede relacionarse con la elección de Trump.

Italia tiene serios problemas económicos -el mayor déficit de los países grandes de la UE y una insolvencia bancaria preocupante- que deberán ser encauzados con el realismo que caracteriza a este viejo pueblo a quien Montanelli reconocía el mérito de haberse sobrevivido a sí mismo. Pero no hay que dramatizar: Italia saldrá también esta vez del atolladero.

Compartir el artículo

stats