La carta de salutación dirigida por el nuevo administrador apostólico de Mallorca a sus fieles va mucho más allá del protocolo y no se limita a los formalismos superficiales.

Hay que remontarse casi dos décadas atrás para hallar a un obispo de Mallorca que suscriba una homilía o una pastoral cimentada al mismo tiempo sobre la teología, la doctrina social de la Iglesia y la realidad de la tierra en la que ejerce su cargo. Eran los tiempos en que los tres prelados de Balears firmaban cartas pastorales, en algunos casos conjuntas, en los que se apelaba a la necesidad de proteger el medio natural o se expresaba inquietud por las condiciones laborales en el mundo de la hostelería. Ahora, Sebastià Taltavull, parece adentrarse en la misma tónica. Ha hecho saber a su nueva feligresía, y por ende a toda la sociedad insular, que le preocupa todo y que parte de la convicción de que la Iglesia tiene una clara repercusión social dentro de un marco en el que creyentes y no creyentes persiguen un objetivo común: el bien de las personas.

El administrador apostólico de Mallorca ha desgranado también un catálogo de materias en las que piensa inmiscuirse desde su responsabilidad pastoral. Van desde la sanidad a la educación, pasando por las problemáticas juveniles, las de exclusión social, el compromiso con la cultura, el mundo del turismo y lo que se deduce como presencia y relación normalizada con los medios de comunicación.

En su comparecencia en Barcelona, inmediatamente después de ser nombrado administrador apostólico de Mallorca, Taltavull fue contundente al declararse "consciente de la situación" de la diócesis de la que coge las riendas y no amagó cierto "temor" ante el reto que debe afrontar. Sabe que, aun sin dejar el ejercicio de obispo auxiliar de Barcelona, le corresponderá cohesionar una iglesia mallorquina que ha acabado teniendo en su anterior pastor, Javier Salinas, un lastre en vez de un líder, debido a su comportamiento personal y a la carencia de proyecto diocesano solvente. Por eso el clero mallorquín está bajo los efectos de la apatía y el desánimo y la diócesis en su conjunto, en horas bajas. Tampoco hay un diálogo y una presencia social estable.

Taltavull ha recibido el encargo expreso de Roma de diseccionar el porqué de tanta división clerical y rupturas entre los altos cargos de la Curia o la sede catedralicia. Es un agravante que incide sobre las dificultades propias del envejecimiento progresivo del todavía abundante colectivo de sacerdotes de Mallorca.

El cargo de administrador apostólico confiere en la práctica al obispo Taltavull unas facultades casi idénticas a las de un prelado titular. El rol de provisionalidad no es obstáculo para trabajar y decidir con solvencia, porque no tiene fecha límite. Es más, salvo dificultades mayores que no son previsibles y que se volverían nefastas con los errores que se arrastran, Taltavull tiene hoy muchas posibilidades de pasar a ser el titular de pleno derecho de la mitra mallorquina.

Deberá empezar por realizar y evaluar el diagnóstico que se le ha encomendado. Tiene suficiente conocimiento de la diócesis para no errar en el punto de partida, pero al mismo tiempo, dado el amplio margen que le concede el rango de administrador apostólico, necesita estabilizar el mecanismo diocesano para que la Iglesia de Mallorca se reconcilie con la sociedad a la que sirve y a la que transmite su credo evangélico. El mensaje inicial del obispo Taltavull confiere suficientes expectativas para pensar que esta vez se toma la senda adecuada.