El amable lector, y puede que no vaya descaminado, se preguntará si el autor de estas líneas ha pasado demasiadas horas al sol del verano y se le han resecado las meninges, porque algo desequilibrado hay que estar en esta Isla para defender, así de primeras, este parecer o quizá piensen que me refiero a que de los bancos que existen desde la catedral hasta la playa de Can Pere Antoni, ninguna se mira hacia el mar; les ruego un poco de paciencia y que me concedan el exponer unas cuantas realidades que explican el aparentemente descabellado titular.

Ustedes me dirán que pareciera absurdo el que se insinúe que se vive en nuestra pequeña tierra de espaldas al mar cuando estamos surtidos, en esta sola isla, de tres puertos comerciales y no menos de una treintena de puertos deportivos, y hay verdad en ello, pero ante esa verdad existe otra que es el congénito padecimiento que nos aleja de lo importante, de una necesaria necesidad de dar el justo valor a aquellas cosas que realmente son dignas de ello y que se revela como una especie de tara cultural que conduce a ignorar nuestra cultura marítima y naviera y si no me creen, como hacen en la tele, permítanme hacer un pequeño test: podrían ustedes decirme que sabemos de unos mallorquines llamados Antonio Barceló i Pont, Jaume Ferre, o Angelino Dulcet, Pere Joan Prunes, Joan Vicent Bautista, Salvat de Pilestrina, Arnau Domenech, Felip Bauzá, Joan Bertran, Gabriel Valseca, los Joan Oliva; quizá poco o nada, son para casi todos unos grandes desconocidos, si mencionara a Jafuda Cresques por ventura algo más ya que alguien que tiene una calle en Palma algo de importancia habrá hecho.

Los dos primeros marinos insignes de su tiempo, siendo el segundo navegante y explorador del siglo XIV, de quien, por lo demás, existe una escultura en la plaza que vigila las atarazanas cuyo original descansa en la entrada del Govern balear, el resto de los citados fueron en su época adelantados de la ciencia de la cartografía; hoy en día se les denominaría científicos de elite, casi todos ellos manifiestamente extraños en esta su tierra; todos ellos autores inspirados e inspiradores de cartas marinas y portularios, el arte mismo de la navegación; todos ellos izaron esa ciencia a la cumbre de aquel mundo conocido entre los siglos XIV, XV, XVI y XVII; poco se dice de que Angelino Dulcet fue autor de un portulario allá por el año 1335, que Jafuda Cresques heredó de su padre Abraham Cresques, constructor de aparatos náuticos, su ansia de saber astronómico y geográfico, que Felipe Bauzá fue el cartógrafo de la expedición de Malaspina, hasta el punto que en nuestras antípodas existe una isla con su nombre, que Salvat de Palestrina fue incluso fuente de estudio para otros cartógrafos de la época como los genoveses. Ellos eran nuestros Stephen Hawking de aquella época, famosos en toda la terra cognita pero olvidados en la suya propia.

Las gestas, los logros de aquellos mallorquines, casi todo ellos en la cima de la ciencia de navegación y la técnica cartográfica de sus tiempo, prácticamente los inventores y perfeccionadores del GPS de su época, figuras todos ellos de lo que vino en denominarse la escuela cartográfica de Mallorca, cuyos trabajos fueron base y brújula para otros muchos científicos de su época, en Italia, en Flandes, tienen que ser rebuscadas en libros de especialistas, en librerías, algunas de ellas fuera de nuestras fronteras como la del Congreso de EE UU, en Washington, y quizá en algún archivo particular, incluso para poder ver un portulario anónimo mallorquín de 1327 no tendremos más remedio que volar a Londres y visitar el British Museum o desplazarnos en esa misma ciudad al museo marítimo donde exhiben cartas marítimas de Joan Oliva, porque da la casualidad que ésta tan marinera Isla no se tiene ni un solo lugar dedicado a ese su patrimonio marítimo, patrimonio nada escaso pero que ha desaparecido de nuestra tierra ya en gran medida, como es el caso de la colección de pinturas navales marinera de Planas que terminó siendo puesta a la venta en Christie's. Deberé pedir disculpas por adelantado a mi buen amigo Manolo Gómez, quien es para mí una autoridad en todo lo que tenga que ver con cultura marinera y marítima de esta Isla y más allá, si llevado por mi pasión de converso, aún cuando nieto de dos hombres de mar, hubiera cometido algún error en mi relato, que seguramente no pasaría inadvertido a su ojo analítico.

Siento envidia de ciudades como Oslo en la que existen no menos de tres museos dedicados a la historia marítima de los afortunados noruegos, sin embargo nosotros que navegamos entre la abundancia de yates, barcos y barquitos no disponemos de un mísera balsa cultural, en forma de museo, en la que mantenernos a flote; no tiene esta tierra, que debiera siempre mirar al mar que la rodea, la suerte de los noruegos, y lo digo con profunda pena y con un puntito de rabia; esa es la realidad.

En museos como el Naval de Madrid, qué ironía que una ciudad sin mar tenga un museo naval y una isla circundada por él ninguno, y otros en el extranjero, como los ya citados, pueden apreciarse algunas de las obras de esos insignes isleños de su tiempo, pero no en nuestra Isla. Decía John Steinbeck que la cultura de un pueblo se mide por el polvo acumulado sobre los libros de una librería, nosotros hemos ido aún más lejos, no acumulamos polvo porque ni tan siquiera tenemos la "librería"; nuestra isla, sintamos todos vergüenza, no puede, dicen, permitirse un museo marítimo digno de la historia de este pueblo y lo que es peor, nuestros niños, aún cuando sus padres les apunten a cursos de vela, crecen en la ignorancia de ese pasado náutico. Digan ustedes si esto no es vivir de espaldas a nuestra historia marítima.

Pareciera que nos encantase el aislarnos a nosotros mismos de lo nuestro, dilapidando, como lo hacemos, esa parte de nuestra cultura a manos llenas, hasta el punto de que embarcaciones que se han construido por nuestros mestres d'aixa durante decenios o bien se hallan en precario estado dentro de las cuevas soterradas bajo el castillo de Bellver o terminan sus días deshonrosamente maquillando alguna rotonda.

Solemos pregonar con altanería que hay que defender nuestra cultura, fuera mejor hablar algo menos y hacer algo más, pues si no se hace pronto algo por quienes pueden y deben hacerlo, la nao de la cultura marinera mallorquina podrá ser considerada definitivamente como restos de un naufragio.

(*) Abogado