Un diputado del PSOE se ha retratado inconscientemente al escribir en su cuenta de Twitter lo siguiente: "Haber si se entera el PP de que el problema no es la construcción sino es la educación". A ver si se entera él alguna vez de que uno de los problemas de la educación en nuestro país es, precisamente, él y también quienes, como él, han conseguido colocarnos a la cola de Europa en conocimientos básicos matemáticos, científicos y de comprensión lectora. El partido de ese analfabeto ilustrado, muy probablemente titulado (la esperanza blanca andaluza del PSOE tardó un decenio en licenciarse en Derecho) ha condenado a generaciones de españoles a la incuria con el nobilísimo pretexto de "democratizar la educación" algo que, en su visión simplista, como la de tantos otros indigentes intelectuales, consiste en tratar por igual al necio y al que sabe, al que se esfuerza y al que pasa de esforzarse, al excelente y al ignorante y todo porque se parte del principio pseudodemocrático de que todo el mundo se merece un titulito en ese todo a cien de nuestro sistema educativo.

No es fácil destruir esos mitos utópicos y devastadores del igualitarismo mal entendido: halagan la vanidad del ignorante y propician una tendencia natural a seguir la ley del mínimo esfuerzo, en la convicción de que el resultado será el mismo con o sin conocimiento, esfuerzo y dedicación.

Conozco a quienes piensan que se trata de un diseño perverso encaminado a embrutecer a una población, ya de por sí simple, pastueña y manipulable, mediante el halago a sus peores instintos. Tengo mis dudas y pienso que la cosa es más grave. Los responsables políticos que provocan esos siniestros totales por mero sectarismo irreflexivo son víctimas inconscientes de sus propias fabulaciones pseudoigualitaristas, como lo son también los que creen, de buena fe tal vez, que las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad deben estar únicamente orientadas hacia "la reeducación y la reinserción social", como establece, tan pancho y grandioso, el artículo 25 de nuestra Constitución, olvidando lo que ya en el siglo XVIII, una época de múltiples confusiones, advirtió el Dr. Johnson al declarar que "si un loco entrase en esta habitación con un garrote en la mano, sin duda nos compadeceríamos de su estado mental pero nuestra consideración primaria sería cuidar de nosotros mismos. Primero le derribaríamos y luego le compadeceríamos."

No debe ser fácil diseñar un sistema educativo eficiente para una sociedad de masas sujeta, además, a cambios tecnológicos acelerados y, en cierta medida, imprevisibles. Hannah Arendt explicó que ese tipo de sociedad "no es más que el tipo de organización social que se establece automáticamente entre seres humanos que siguen relacionados entre sí pero que han perdido un mundo que una vez les fue común". Por eso, precisamente, entiendo que la tarea principal de cualquier sistema educativo contemporáneo debería consistir en tratar de devolver a ese tipo de sociedades ese mundo que antaño les fue común y que hoy anda extraviado en una maraña de conocimientos tan superfluos como inútiles. Sin embargo, nuestra comunidad educativa, con el apoyo irresponsable de partidos políticos y sindicatos que cuentan entre sus filas a auténticos paletos, titulados o no, parece empecinada en no darse por aludida cuando informes internacionales objetivos nos sacan los colores, como si PISA fuera parte de una conspiración judeo-masónica de las que tanto servían a nuestro último dictador para justificar lo injustificable.

* Diplomático jubilado