Hay algo que no es como se cuenta. O, más bien, hay algo que no es como desde hace años nos contamos en la isla: el turismo de borrachera no es low cost. O no es exclusivamente low cost y todo incluido baratero. Lo están comprobando con preocupación en Platja de Palma hoteleros que han invertido en los últimos años más de 400 millones de euros en reinventarse para abrir hoteles de máxima calidad en las categorías de cuatro y cinco estrellas. Puesto el dinero, la realidad arroja dudas y temores: según relatan desde establecimientos cinco estrellas como los recién estrenados Llaüt Palace o Hipotels Playa de Palma Palace y tal y como confirman en los otros dos cinco estrellas de la zona (Iberostar y Pure Salt Garonda), invertir a manos llenas en turismo de calidad no inmuniza contra los clientes de borrachera, hasta el punto de que se están viendo obligados a expulsar gamberros que pagan 300 euros por noche, mientras realojan en otras zonas y establecimientos a clientes que buscaban vacaciones y encuentran problemas.

De hecho, dicen, el turismo de vandalismo, vómito y resaca está golpeando más fuerte que nunca. Y de dos maneras igualmente dañinas. Por un lado, los excesos etílicos en torno a los dos puntos negros de la Platja de Palma lumpen (los abrevaderos de cerveza de MegaPark y Bierkoning) no mezclan bien con clientes que pensaban estar aterrizando en una Platja de Palma nueva, más tranquila y familiar, de más calidad y menos cubos de cubata. Por otro, añaden los mismos gestores hoteleros, dentro de los propios establecimientos de cinco estrellas están sufriendo la llegada de grupos de cartera llena, pero idéntica pulsión alcohólica. Así que Platja de Palma sigue espantando a turistas cívicos con dinero, para atraer a más viajeros incívicos con y sin dinero.

De ahí la preocupación de empresarios y vecinos de la zona, que tienen ya muy claro que la transición hacia una nueva Platja de Palma libre de hordas cerveceras va a exigir más tiempo y, sobre todo, algo más que los muchos millones privados ya invertidos. "Están implicados en cambiarle la cara a este destino hoteleros tan importantes como Carmen Riu, Simón Pedro Barceló y Miguel Fluxá, gente que ha estado siempre aquí e incluso en algún caso reside aquí. Pensaron: gasto 90 millones en mejorar mis establecimientos y listogasto 90 millones en mejorar mis establecimientos y listo. Pero no estamos ni cerca de que esté listo: esto sigue igual o peor. Tenemos mejores hoteles y mejores negocios que nunca, pero el exceso va a más", lamenta Pedro Marín, hotelero ( Playa Golf) y gerente de la marca Palma Beach, plataforma privada que lleva dos años y medio intentando aglutinar a los negocios turísticos de calidad en torno a una marca capaz de dar batalla a quienes prefieren vender cerveza por piscinas.

Ricos, educados... y vándalos

Pero no es fácil romper tendencias. La avalancha de borrachos sigue. Y no discrimina ni por bolsillos de cliente, ni por categorías de hotel. Lo explica una escena que se las trae. Es real y la cuentan en uno de los cinco estrellas: "Inauguras uno de tus mejores hoteles, cuidado al detalle, y al poco te llega un taxi del que bajan cuatro señores de edad vestidos con chanclas, pantalón corto, camisas hawaianas a juego y sombreros de paja, tirando de maletas que no son precisamente baratas. Vienen ya con unas copas de más. Se identifican en recepción como los doctores que son y luego lo primero que hacen es ir a emborracharse aún más y montar lío. Si los ven así en su casa, les dan dos collejas. ¿Cómo controlas eso? Cuando reservan no ponen al lado: "potencial borracho". ¿Cómo evitas luego que afecten al resto de clientes? Pues sacándolos fuera, como ya hemos hecho con algunos y como seguiremos haciendo", resume el hotelero, que asegura que los clientes que les llegan saben que la zona es movidita, del mismo modo que ellos sabían dónde se metían al invertir en Platja de Palma, pero aún así se declaran perplejos con la frecuencia con la que les llega este tipo de cliente de cartera llena y cabeza vacía.

Pagan 300 euros la noche, pero no para disfrutar de unas vacaciones cinco estrellas, sino para emborracharse en las calles de Platja de Palma como no les dejan hacer en las de Alemania. "La verdad es que nos ha chocado que alguien que viene a emborracharse reserve un hotel de cinco estrellas", coincide Jaume Alomar, que con la familia Balaguer ha entrado este año en el negocio hotelero con un establecimiento de nota, el Llaüt Palace. Son nuevos, pero no novatos. Tienen un hotel a 150 metros del desenfreno de la calle del Jamón, pero lo han insonorizado y blindado. La zona no les pillaba desinformados: "Sabíamos lo que había y nuestros clientes también saben a qué zona vienen, y a muchos les gusta, pero lo que no se esperan es encontrarse en un cinco estrellas otros turistas problemáticos. No les agrada que eso pase y hemos tenido que recurrir a vigilancia privada para evitar incomodidades al resto", relata Alomar, que explica que el problema se les dio sobre todo en junio y teme que se repita en septiembre. "Nos han dicho que este año ha sido peor", avisa, temeroso de que el vandalismo vaya a más. También asusta la hipótesis en Hipotels. O en Riu, Iberostar y MAC Hotels, por citar a otros de los que han apostado fuerte por la calidad.

Temen por el destino

Unos y otros recuerdan lo mucho que han trabajado para transformar toda su oferta en negocios de cuatro y cinco estrellas. Solo en los cuatro hoteles de lujo máximo, dotados con 725 habitaciones cinco estrellas, la inversión ronda los 200 millones en tres años. Si a eso se le suman los otros 39 establecimientos de la zona que han elevados sus suites a la categoría cuatro estrellas, la inversión en calidad se dispara por encima de los 400 millones. Eso les ha permitido a todos subir precios y disparar rentabilidad, admiten, pero miran más allá, a medio y largo plazo, y avizoran nubarrones: no ven que Platja de Palma esté siendo capaz de cambiar su atracción etílica por una nueva imagen de destino deseable. No elegante o snob, dicen, pero sí sugerente y cívico. Menos pornográfica y más sexi.

"No es que queramos solo turismo de lujo, queremos un turismo cívico y normal. Y eso es imposible si en dos sitios (MegaPark y Bierkoning) se dedican literalmente a regalar cerveza y luego en la administración solo limpian esas dos calles y el resto está como está de sucio, con el mensaje que eso envía a los propios vándalos: en estas dos calles puedes hacer lo que te dé la gana", lamenta Pedro Marín, cuya familia ha crecido con un destino por el que ahora temen.

Y eso pese a los esfuerzos del sector, en el que subrayan que no han escatimado en gastos para mejorar la zona y, por ello, reclaman un despliegue similar desde las instituciones. "Hemos invertido en establecimientos y en marca, hemos avisado a los touroperadores de que no habrá acuerdos con quien trabaje estos clientes de borrachera y, aún así, nos vemos obligados a poner cámaras y vigilancia privada, y a expulsar sin contemplaciones a estos clientes problemáticos, por mucho que hayan pagado. Mientras tanto, otros no están haciendo su trabajo y falta mano dura y policía que esté encima de los dos piratas que todos sabemos", explica el dueño de un cuatro estrellas superior, tan enfadado a la hora de hablar que más tarde llama al diario para pedir que se omita su nombre, antes de ratificarse en lo dicho.

El discurso se repite, con tono y hartazgo similar, entre los hoteleros consultados. La unanimidad en la queja ha llegado incluso a oídos del Gobierno Rajoy (PP), que ha escuchado a los dueños de gigantes como Riu y Barceló expresar el malestar colectivo con la falta de medidas públicas para reiniciar un destino líder en el Mediterráneo. Tampoco les agradó escuchar a la presidenta del Govern, Francina Armengol (PSIB), decir en el Parlament que "el turismo de borrachera es muy minoritario en Balears". "No es cierto: cada vez hay más y, aunque fueran pocos, lo estropean todo. Está en juego el bienestar de miles de familias", remachan en el colectivo hotelero, en el que subrayan que solo exigen lo mismo que los vecinos de la zona: que Platja de Palma deje atrás los tiempos de la policía corrupta al servicio del negocio hooligan y que se trabaje con contundencia para acabar con la desmesura de un tipo de negocios incompatibles con el deseo colectivo de tener un turismo cívico, de calidad y con capacidad económica para sostener un empleo más abundante y mejor pagado.

El riesgo de no hacerlo es grande. Lo explican en Hipotels con un ejemplo. La cadena de Juan Llull se ha labrado durante décadas una imagen de calidad. Son un referente en Cala Millor y este año abren un cuatro estrellas superior y un cinco estrellas en Platja de Palma. Pero ya han tenido que echar a algún vándalo, mientras sufrían las consecuencias con el resto: "Tenemos clientes de toda la vida de Cala Millor que este año quisieron probar los nuevos hoteles en Platja de Palma, y a los pocos días, viendo lo que hay, nos pidieron por favor ser reubicados en Cala Millor. Eso es un drama para el destino y para quien invierte en él", ilustran, conscientes de que "los malos clientes están estropeando las vacaciones a los buenos".

Y todo después de invertir muchos y negociar aún más con los touroperadores, las aerolíneas, el consulado de Alemania o las instituciones españolas y de las islas, a las que ponen como ejemplo el caso de Palma Beach, ese club privado y coral que arropa bajo la misma marca a todos los negocios que apuestan por la calidad. Cada vez son más, pero siguen apretando los dientes: ofrecen restaurantes cuidados como El Chiringuito o el Bonito, pero con un decorado de fondo invariable, un fresco gamberro y sucio poblado de trileros, carteristas, prostitutas y borrachos en turno de 24 horas. Siempre activos. Siempre con ganas de más. Y espantando al resto.