¿Quién alerta del peligro de que la isla se masifique, de que se produzca una sobrecarga del medio ambiente y de que se colapsen las infraestructuras? Sin duda se trata de un mensaje de los ecologistas. Probablemente estas tres ideas han salido de un comunicado del Grup d´Ornitologia Balear (GOB) en su afán por denunciar los excesos de la explotación turística. No es un mensaje nuevo, de hecho llevan años predicando en el desierto. Incluso llegaron a indignar al conseller de Turismo, Carlos Delgado, cuando se plantaron en la feria de turismo de Berlín para denunciar el renovado esfuerzo constructor que impulsaba el Govern.

Sin embargo, los riesgos de masificación y colapso han sido denunciados por los hoteleros -aquí corresponde insertar un ¡oooooh! de enorme sorpresa-. Su presidente, Aurelio Vázquez, ha sacado del último cajón de su mesa el argumentario de los ecologistas para arremeter contra otras organizaciones patronales que reclaman al Govern que legalice el alquiler turístico de pisos.

¿Quién ha criticado a algunos sectores empresariales por su falta de innovación o por la deficiente adecuación de su producto a la clientela? ¿Quién les ha afeado sus intereses cortoplacistas a la hora de plantear sus demandas ante la Administración? Solo pueden ser los sindicatos. No suelen perdonar ni una a las empresas y, además de reclamar aumentos de sueldo para los trabajadores, también les gusta jugar a dar lecciones a los patronos sobre la forma más adecuada de llevar sus negocios. Aunque cuando ellos, los sindicatos, se meten a gestionar suelen saldar con fracasos cada una de sus intentonas. Basta recordar la experiencia cooperativa de la UGT en las viviendas de PSV.

Pero no, no son los burócratas sindicales quienes fustigan a sus antagonistas históricos. Vuelven a ser los hoteleros y su presidente -otro ¡ooooooh!- quienes aleccionan a propietarios de restaurantes, salas de fiestas o supermercados.

¿Quién ha levantado la voz para advertir del riesgo de que Balears entregue una buena parte del turismo a otras comunidades autónomas como Cataluña y Valencia? La lógica nos lleva a pensar que quienes albergan este temor son nuestros hoteleros, preocupados por una competencia cercana y mediterránea.

Pues va a ser que no. En esta ocasión son la Cámara de Comercio y patronales como los promotores, salas de fiestas o supermercados, los que deploran que se persiga y no se legalice el alquiler turístico porque se limita la llegada de más visitantes y se laminan sus opciones de negocio.

¿Quién ha denunciado las prácticas opacas para el fisco de algunos negocios turísticos? Los del Gestha -el Sindicato de Técnicos del ministerio de Hacienda- suelen ser muy activos en estos asuntos.

Sin embargo, vuelven a ser los hoteleros quienes advierten del abundante dinero negro que se desliza entre los contratos de alquiler de pisos a turistas. Algo que nunca ha sucedido en los hoteles porque todos tienen declaradas todas y cada una de sus camas y jamás han tenido habitaciones ocultas a los inspectores de la Conselleria o de la Agencia Tributaria.

Sorprende que en esta historia las partes jueguen papeles que no les corresponden. Los hoteleros se transfiguran en ecologistas y en inspectores del fisco y la Cámara de Comercio en diseñadora de políticas turísticas. ¿Por qué? Por dinero, como casi siempre. El todo incluido no solo es una demanda del cliente, también es una visión hotelera del negocio: mejor que se gaste un euro en mi establecimiento que veinte fuera de él. Los que desean fomentar el alquiler turístico de los pisos buscan el mismo objetivo: el dinero, como la materia, siempre es el mismo, ni se crea ni se destruye, solo que si se desembolsa en un sitio se deja de gastar en el otro. Por supuesto ninguna de las partes enfrentadas daría la razón a Francis Bacon: "El dinero es como el estiércol, no es bueno a no ser que se esparza?.