Una sorpresa feliz nos ilumina, anima y alegra. Cuando es una mala sorpresa irrita, indigna y cabrea. El día que no nos sorprenda la injusticia, nuestra rendición habrá sido total frente a quienes aspiran a unos individuos adocenados y a una sociedad inanimada. En contraste, cuando un éxito deja de fascinarnos, es nuestra capacidad de creación la que se apaga irremediablemente. O dicho en boca de Cesare Pavese (1908–1950): "La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento".

Desgraciadamente, en estos tiempos críticos, se ha agotado la capacidad de sorprendernos con los desmanes de quienes son nuestro lideres sociales, económicos y políticos. Las decepciones se suceden por acción o por omisión, pero ninguna nos provoca una reacción ajustada al agravio. Solo sumamos decepción sobre decepción. Las noticias sorprendentes han abundado en las últimas semanas y ni siquiera las hemos percibido porque ya estamos vacunados frente a tanto sobresalto.

No nos sorprende ni nos irrita lo suficiente que el Gobierno indulte a Josep Maria Servitje para evitar que ingrese en prisión. Servitje era secretario general de la conselleria de Trabajo de la Generalitat catalana durante los gobiernos de Pujol. La Audiencia de Barcelona le condenó a cuatro años de prisión por pagar más de 46.000 euros por estudios sin interés que eran burdas copias de otras publicaciones. El muy católico Gallardón ha sido fiel al mandato bíblico de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un político amigo entre en la cárcel" (Mateo 19-24). De paso manda un aviso para navegantes. Si un día la Audiencia de Palma termina de parir la sentencia sobre Jaume Matas, si esta es condenatoria y si la ratifica el Supremo, siempre quedará el Gobierno.

No nos sorprende ni nos convierte en insumisos fiscales que el paraíso prácticamente exento de impuestos en el que íbamos a vivir los españoles en general y los habitantes de Balears en particular, haya mutado en un lugar en el que las subidas tributarias llegan cada semana y en cascada.

No nos sorprende ni nos indigna que el mismo president Bauzá que durante la campaña electoral convocó una rueda de prensa urgente para prometer –palabrita de Joserra– que no iba a modificar la Llei de Normalització Lingüística, una vez en el poder lo haya hecho utilizando el subterfugio de la Llei de Funció Pública. El president asegura que quiere dos lenguas en igualdad de condiciones. Es falso. Su deseo es que el castellano venza al catalán. Por esa razón, el PP aplaudía que IB3 implantara un sistema que permitía seguir las películas en la lengua de Cervantes cuando las emitía en catalán. Pero ahora, cuando las emite en español, se niega a utilizar el mismo método a la inversa.

No nos sorprende ni nos da asco democrático que la socialista Francina Armengol suspenda el partido en Eivissa cuando el resultado no es favorable a sus partidarios.

No nos sorprende ni nos saca a la calle en airada manifestación que los bancos vendan productos financieros de alto riesgo como si fuesen plazos fijos a ancianos y a clientes confiados.

No nos sorprende ni nos hace partir de risa que el arquitecto Patxi Mangado –en sospechosa sintonía con los políticos que le han contratado y sus propios intereses– sentencie que edificios como el de Gesa hay 2.000 en el mundo –obvia que es casi único en Mallorca–, al mismo tiempo que se extasía con su presidio con vistas al mar en que se está convirtiendo el Palacio de Congresos que firma.

No nos sorprende ni nos encoleriza que la isla se convierta en un erial cultural, que las recetas para salir de la crisis sigan siendo las del ladrillo, que el Mallorca sea un gran lío en los despachos en lugar de armar el lío sobre el césped...

Volvamos a sorprendernos y a reaccionar de acuerdo con el estímulo, positivo o negativo, que nos levante o nos hiera. No dejemos que nos conviertan en una sociedad conformista, sumisa y rendida a la fatalidad.