Las informaciones prodigadas en los últimos meses sobre el escándalo Urdangarin palidecieron ante los comentarios que prodigaban los abogados presentes en el interrogatorio, a modo de chascarrillos. Y estas confidencias se reducen a la trivialidad por comparación con la contundencia de la transcripción de las declaraciones del yerno del Rey, manténgalas lejos del alcance de los niños. En uno de los posibles compendios, el esposo de la infanta Cristina se sirvió de la Corona y explotó comercialmente su pertenencia a la Familia Real, pero con objeto de preservar la "transparencia". Llegados al folio diez, cuando la asfixia obliga a tomarse un respiro, el duque se refugia en que "al declarante nadie le dijo que tenía que rendir cuentas". Y así sucesivamente.

Pocas veces se concluye la digestión de un texto morboso con la conclusión de que se preferiría no haberlo leído. Así ocurre sin embargo con esta galería de los horrores económicos, en la que Urdangarin transita de presunto inocente a presunto ignorante. Lanzó balones fuera, de acuerdo con su única habilitación profesional reconocida, pero las pelotas han caído sobre el tejado de La Zarzuela. ¿Cómo pudo permitir la Familia Real que su yerno tan amado creara un instituto sinónimo de lucro y una sociedad mercantil con el mismo nombre de Nóos –tan próximo a Nos–? La confusión era deliberada, hasta el punto de que el presidente de ambas tenía dificultades para distinguir ante el juez si los pagos correspondían a la asociación o a la consultoría.

Cuesta admitir que, por una vez, la prensa se había quedado corta. Como orgulloso portaestandarte de la clase ociosa, Urdangarin se ve involucrado en el primer caso de corrupción a calzón quitado, puesto que cierra tratos millonarios en palaciegas partidas de pádel, al borde de la abyección definitiva del golf. Si encima tuvo que dejarse derrotar por Jaume Matas para arrancarle los millones de euros públicos, se explicaría el semblante cariacontecido del duque cuando se personó ante el juez para desgranar las calamidades que le afligen por ignorante. Se enteró gracias al magistrado de cantidades cuyo ingreso desconocía –medio millón del equipo ciclista Illes Balears–, y que ahora podrá reclamar.

Cómo se sale de ésta, así reza la pregunta más repetida en el laberíntico palacio de La Zarzuela. El duque declaró además a cuerpo –tuvo la elegancia de no personarse en traje de pádel–, acompañado únicamente por un Mario Pascual Vives que es su mejor amigo personal y su peor enemigo legal. La Casa del Rey había expresado sus reservas sobre un abogado campechano y que derrocha simpatía, si bien remite al célebre chiste de Eugenio sobre el accidentado en carretera, "¿pero hay alguien más?"

Pormenorizando, Urdangarin lo ignora todo de un presupuesto de 9o0 mil euros, presentado por el Instituto que preside. Nombra "tesorero" de la asociación al secretario de las Infantas en La Zarzuela, pero asegura que la responsabilidad sobre el dinero es un cargo "simbólico". Si el duque estuviera tan dotado para la ironía como para el balonmano, hablaríamos de una reflexión digna de Baudrillard sobre los poderes simbólicos. En fin, la "asistente personal" del duque traslada de su puño y letra un número de cuenta en Suiza "que tú ya sabes para qué es".

La Zarzuela debió intervenir, y todavía no lo ha hecho. Entre las infinitas contradicciones, Urdangarin recibe en marzo de 2006 la orden regia –el "consejo", en su versión– de dejar de negociar con instituciones. Sin embargo, en mayo crea otra fundación, y declara a continuación que se desvinculó de ella debido a la citada instrucción del monarca, salvo que la constituyó cuando ya estaba avisado. El teatro del absurdo, cómo puede seguir el marcador de una partida de pádel alguien tan poco dotado para los números.

Un respeto ancestral obliga a no adentrarse en el espectáculo de niños de uno y dos años, convertidos en socios del turbio entramado. La monarquía lo aguanta todo, pero no cabe subestimar la potencia destructiva de Urdangarin. La Corona perdurará si sirve, y no sólo a sus miembros más pícaros. En esto se parece a la aspirina, aunque este fin de semana han crecido las susceptibilidades sobre alguno de sus ingredientes. Y los consumidores son cada veces más exigentes.