La reforma de s´Arenal –hace unas décadas nadie iba a nadar a la Platja de Palma– es un bebé al que han puesto la zancadilla antes de comenzar a andar. Margarita Nájera ha presentado su discutible proyecto para convertir un bodrio arquitectónico en el País de las Maravillas. El arrojo de la comisaria, sobradamente demostrado en Calvià, ha conseguido acongojar a políticos y empresarios.

Aunque parezca que fue ayer, la reforma de s´Arenal lleva años dando tumbos por los despachos de administraciones locales, autonómicas y estatales. La idea inicial fue que estábamos ante un destino "maduro" y que se necesitaba aplicar cirugía plástica reparadora para que recuperara la lozanía, o al menos lo aparentara. La playa más extensa de Palma iba a ser el espejo en el que después se mirarían otras zonas turísticas del país.

Tras años de estudios que, todo hay que decirlo, no suscitaron el entusiasmo de quienes los pagaban ni de quienes iban a ser sus beneficiarios, la cocinera tuvo la receta en sus manos y decidió cocinar una gran tortilla. El problema para la reconocida chef es que quienes la nombraron jefa de cocina acaban de decirle que debe elaborar el plato sin romper ni un huevo. Difícil misión.

Lo de no cascar los huevos se lo han exigido desde casi todos los partidos. Incluido el suyo, el PSOE. Los mismos que el 23 de julio escenificaron su apoyo a la reforma, han dado un paso atrás. No están dispuestos a afrontar derribos y a cientos de ciudadanos cabreados a ocho meses de las elecciones. Con la excepción de UM, la única formación que se ha mantenido firme en lo acordado hace unas semanas. Por si no bastara la cobardía demostrada, algunos esperan obtener rendimiento político de la desazón de los afectados.

A la primera andanada, Nájera se ha quedado sola. Y no se trata de que la cocinera haya escogido mal los huevos –que puede que sí–, sino de que, fuera cuál fuera la selección de los derribos, se hubiera producido una reacción parecida. El rechazo no solo ha llegado desde el campo de los políticos. También los empresarios y los vecinos afectados han roto la baraja a las primeras de cambio. Solo los arquitectos y Nájera defienden con firmeza el uso de la dinamita para mejorar la zona. "Tenemos unas culpas que purgar y un arrepentimiento y una penitencia. Hace 20 años nadie pensaba que algo se podría derribar. A Nájera y a su equipo les recomiendo que sean valientes", decía Pere Nicolau hace unas semanas.

No se ha derribado ni un hotel, no se ha abierto ni un metro de bulevar, no se ha logrado subir ni una estrella en ningún establecimiento turístico... y el gran proyecto ya está estancado.

El 30% de cuanto se gaste en la reforma de s´Arenal procederá de las arcas públicas –básicamente del Gobierno central–. Este dinero tiene que actuar como fuerza tractora para impulsar el movimiento del capital privado. La situación que se ha generado puede ser la excusa perfecta para que nada se haga, para que poco se invierta.

Tomemos la perspectiva mesetaria sobre los hechos de s´Arenal.

José Blanco recorta las inversiones del ministerio de Fomento porque los mercados internacionales y la Unión Europea exigen a España que cuadre sus cuentas. Incluso sueña con reducir los descuentos aéreos de los ciudadanos de Balears. Sin duda soplará a la oreja de Zapatero que "si los de Las Palmas –la confusión no es nuestra– no se aclaran, podemos llevar unos millones más a Galicia".

El ministro de Turismo, Miguel Sebastián, cuyo interés por la materia se ha limitado a degradar a Joan Mesquida y a viajar fuera de Madrid, pese a que en esta ciudad fue vapuleado por Gallardón, decidirá que es mejor destinar el dinero a regalar bombillas de bajo consumo a todos los hogares que acaben de instalar un aparato de aire acondicionado... con la firme determinación de ahorrar energía.

Muchos han visto los planes de reforma de s´Arenal como una utopía. La actitud mostrada a lo largo de las últimas semanas por todas las partes implicadas da argumentos a quienes auguran que, siendo optimistas, se lavará la cara a la zona turística. No hay valor político ni mucho menos empresarial para afrontar una remodelación a fondo. O por decirlo gráficamente, no hay huevos.