El mallorquinismo no ha pagado todas sus deudas. Yo diría aún más, ya que generalmente ha sido desagradecido con los hombres que mejor le han servido. Uno de ellos, sin duda, Antonio Oviedo Saldaña, que no sólo prestó valiosos servicios como jugador, formando en el equipo con el que el Mallorca ascendió por primera vez a la División de Honor, sino que asumió, como entrenador, la ardua tarea de devolverlo a la elite del fútbol español desde su más aparatosa caída en la segunda mitad de la década de los setenta.

Oviedo fue uno de tantos futbolistas que, procedente de la península, quedó atrapado por los encantos de la isla y, por supuesto, de una mallorquina, Francisca Subías, con la que se casó y formó una numerosa familia. Pero no es de su vida particular de la que vamos a hablar, sino de su ascensión e injusta despedida después de sentarse en el banquillo tres días antes de comenzar la Liga de Tercera División, en septiembre de 1979 y abandonarlo en diciembre de 1981, tras dos ascensos consecutivos, en Segunda A.

En vísperas de las fiestas navideñas el Deportivo ejercía de visitante en el Lluís Sitjar. Con empate a uno en el marcador, Jordi Morey tuvo una meridiana oportunidad para firmar la victoria en el último minuto del encuentro, pero eligió la peor opción de remate y, sin saberlo, su error llevaba implícito la sentencia condenatoria de su entrenador.

No es que el Mallorca estuviera mal clasificado, sino que desarrollaba una temporada cómoda en mitad de la tabla, pero parece que dos ascensos consecutivos y la ambición de, con ellos, superar la gesta protagonizada veinte años antes por el presidente Jaime Rosselló con Juan Carlos Lorenzo en el banquillo, pesaron en una decisión provocada igualmente por razones extradeportivas de índole privada y el deterioro de la relación que Oviedo había mantenido con Miquel Contestí y algún jugador de la plantilla. El caso es que en lugar de una felicitación de Navidad, recibió una llamada telefónica digna de amargar la Nochebuena a cualquiera.

Nadie podía haber imaginado aquel final cuando dos años antes, el técnico había aceptado el banquillo, sin conocer a los jugadores, a sólo tres días del inicio de la Liga de Tercera División. Siendo el equipo a batir, mantuvo un pulso constante con el Poblense, al que ganó en Palma en una tarde histórica y, curiosamente, uno de los grandes llenos registrados en el viejo estadio de Es Fortí.

Un duelo semejante se dio a la temporada siguiente, en Segunda B, con el Córdoba que, en otra tarde memorable, fue goleado 5 a 0 en Palma con un partidazo de Paco Bonet, uno de los refuerzos que habían llegado junto a Riado, Collantes, Sancayetano u Orellana.

No se entendió muy bien aquel cese desligado de la trayectoria de nuestro protagonista de hoy. Es una espina que permanece clavada en lo más profundo de su alma cuando, con setenta años, lleva bastantes alejado del fútbol. Anárquico sobre el terreno de juego y muy apasionado al frente de un vestuario, su fuerte carácter, excesivamente extrovertido, le ha impedido olvidar. Aunque, por otra parte, ¿por qué tendría que hacerlo?

Si es cierto que el tiempo pone a cada cual en su sitio, Oviedo merece estar en la cola a la espera de que llegue su turno. Se ganó, con trabajo y esfuerzo, su derecho a figurar con letras de molde en los anales mallorquinistas. Como otros, por supuesto. Pero ya se sabe que mal de muchos es consuelo de tontos.