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Crítica

Piel endurecida

Piel endurecida

El título tiene mucho gancho, hay que reconocerlo. Y un poquito de trampa. Da a entender que es un Shakespeare con el foco girado, como hizo Tom Stobart con Hamlet, y no es lo mismo. Esta película adapta una novela corta, Lady Macbeth del Mtensk, del escritor ruso Nikolai Leskov, inspirado además en un relato de Turgeniev.

Este preámbulo sirve como pista de las fortalezas y debilidades del filme. Por un lado, el traslado de la estepa siberiana a los páramos del centro-norte de Inglaterra se resiente. Sólo hay una mínima referencia geográfica a un pueblo con minas de carbón. La historia se vuelve muy intramuros, muy claustrofóbica. El encierro de la mujer protagonista, sometida a un patriarcado asfixiante por parte de marido y suegro hasta provocarle impulsos asesinos tiene mucha fuerza. Igual que la austeridad del entorno, la vivienda y las personalidades. Protestantismo (se presume) casi calvinista. El contraste entre la juventud y belleza angelical de la mujer y la tosquedad de los hombres que pretenden someterla da juego. Eso lo que realmente sostiene la película. En cambio el sirviente (Jarvis) aporta un facilón toque Lady Chatterley. Es un mocetón con impresionante percha y escasísima conversación y mundo. Esa es la debilidad del filme, no saber enriquecer la historia al estirarla, recurriendo a un ritmo lento que al principio atrae pero después carga. Los personajes por ello no se mueven nunca de sus casillas asignadas: el callo que desarrolla la guapa madona para vengarse, el machismo exacerbado de padre e hijo y la manipulabilidad del lacayo. Resumiendo, buen, aunque algo limitado en recorrido y tema, drama histórico rural.

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