The Marzipan Man: fin de gira Adventures

Teatre Principal de Palma, hoy miércoles, a las 21 h., 10 €.

*Sopas mallorquinas sortea dos entradas: manda un mail a sopasmallorquinas@gmail.com indicando qué crees que encarna Jordi Herrera en Mallorca: ¿es nuestro Thom Yorke, nuestro Robert Smith, nuestro Ian Curtis, nuestro Leonard Cohen, nuestro Brian Molko…?

Uno podría sentirse perfectamente intimidado ante el brete de tener que entrevistar a Jordi Herrera (Barcelona, 1917): existe el consenso prácticamente unánime de que es uno de los músicos más relevantes de los últimos 15 años en Balears, antes por Satellites y ahora por The Marzipan Man. La música que ha creado va desde la lisergia instrumental hasta el rock decibélico y desenfrenado, pasando por el pop sensible. Versátil y talentoso, su altura artística topa con lo que tantos en este país: el injusto e incoherente ninguneo que padece la cultura y sus creadores, propio de países nada europeos.

Vargas Llosa debería ponerse estupendo al hablar de Herrera, como hace en su reciente falso ensayo sobre la cultura cuando trata de lo que él y su vanidad consideran el arte de mayor altura. Aunque con más propiedad y mejor argumentado lo haría Guillem Martínez, autor y coordinador del volumen CT o la Cultura de la Transición, auténtico tomo de referencia en el análisis del cómo y por qué la ponzoña (musical, literaria, cinematográfica; artística en definitiva) triunfa siempre en España.

Como Marzipan Man, Herrera lleva desde 2007 tocando por toda la península, incluyendo muchos de los festivales más renombrados, habiendo dado el salto también a Inglaterra, Italia, etc. Precisamente otra de sus características que de siempre le ha puesto por delante de casi todos es su concepto de directo. Como Marzipan es más reposado, pero el hito y el mito subsisten de los tiempos de Satellites, por intenso, apasionado y hasta visceral.

El músico cerrará la gira con otra buena noticia: este jueves será uno de los cuatro artistas que participan en toda España en las celebraciones del Día de la Música coordinadas entre la UFI (Unión Fonográfica Independiente, entidad cada vez más fiable que le ha nominado a Mejor álbum de canción de autor de 2011) y SGAE, en la Sala Mompou de la sede de ésta en Barcelona.

Hoy es un buen día para la entrevista: llega el verano y además el músico está feliz: coincidimos en el rellano con un mensajero que le trae un vinilo de los Ramones que ha pedido por correo. Con la vista llena por la amplia portada, dice para sí mismo que “parece mentira que siga saliendo más barato pedirlo a Estados Unidos”.

–¿A qué da derecho en España tener un gran talento para la música?

–(ríe) A nada. Tampoco veo claro que lo sea: que te digan referencia, de culto o legendario significa que nadie ha escuchado tu disco. Es una trampa. Lo importante es que la sala se llene.

–Con el modo de vida habitual de un músico anglosajón de tipo medio, de cierto éxito, que proporciona una situación económica relajada que permite preocuparse sólo de componer y actuar, ¿tus canciones habrían sido diferentes?

–No lo creo. Siempre he pensado que dedicarse plenamente a ello es lo que hago y lo que tienes que hacer, seas músico o churrero. Ya con Satellites alcanzamos un nivel casi de hardcore straight edge aunque fuera con dos duros, y actualmente sólo hago cosas relacionadas con la música. Y cada vez más. Es un desastre económico e inviertes muchas horas, aunque también depende de tus expectativas. El modo de vida de los músicos anglosajones surge también de que muchos son hijos de familias acomodadas, y tampoco garantiza que acaben haciendo algo interesante.

–¿Llegará a España ese modo de vida ideal para los músicos, el poder vivir de la música?

–Aquí la mayoría de grupos son amateurs en lo económico. Este es un país complicado. Los anglosajones valoran la excentricidad. He estado ahorrando y vigilando lo que gasto desde los 18 años para poder tocar, y no me ha servido para vivir de mi música.

–¿A día de hoy prefieres escribir música para Marzipan Man y no para Satellites?

–Sí. Satellites tienen una trayectoria más larga y ya hemos hecho muchas cosas. Con Marzipan ya he hecho dos discos y por momentos veo que estoy repitiendo bucles que ya hacía con Satellites. Con ellos es como un trabajo: tienes que llegar a un pacto, y es complicado serle fiel a un mismo grupo de gente, sobre todo si las condiciones de esa especie de matrimonio van cambiando. A medida que aprendes a tocar te sientes capaz de tocar con más gente.

–¿Tu método de creación ha cambiado o tienes las mismas rutinas y te inspiran las mismas cosas?

–Hay muchos métodos, y cada vez es más abierto. Al principio estás muy limitado: las canciones salen de los pocos acordes que sabes. Ahora puedo hacer una canción a partir de menos cosas. Mi música ha sido siempre igual: trato de llenar los huecos de mi colección de discos. Mi método es que no hay método, en el sentido de que no hay que repetirse, a pesar de que lo que triunfa en el mundo del espectáculo son las copias: si gusta una película de zombies, tocan películas de zombies una detrás de otra; si gusta Russian Red... Nick Cave se autodefinió como un oficinista del rock, y no sé si su música era más interesante cuando se caía drogado sobre el piano. Quiero ser poco dogmático con todo eso. Las buenas ideas que uno puede tener no son tantas. Frank Black, de los Pixies, decía que si un lunes se te ocurre un buen riff y no lo grabas, el martes se te habrá olvidado, peor el miércoles se te ocurrirá otro... que resultará ser el mismo.

–A Marzipan le distingue su versatilidad: en solitario, quinteto, octeto, etc. ¿Es eso un poderoso atractivo frente a una formación inamovible tipo Satellites?

–Marzipan se trataba de hacer lo contrario a Satellites. Si con éstos era personal y autobiográfico, ahora para nada. Si Satellites era rockero, Marzipan sería popero. Lo bueno de un grupo es que si todos están implicados los esfuerzos se multiplican y se potencian. Pero es algo que sólo pasa puntualmente: esa sensación de estar dando un concierto y sentir que estás en el mejor grupo del mundo. Pero estar en una banda de la que sale y entra gente a veces facilita tener un estándar de calidad y de exigencia fijos. Y además las relaciones personales son más fáciles. Y las decisiones más rápidas, aunque no siempre mejores. Supongo que un grupo feliz sólo lo es U2. Lo interesante es cuando pasas por malos momentos.

–Precisamente: sólo hay dos tipos de músicos, los que creen estar en la mejor banda del mundo, y los que no. ¿En qué parte estás?

–En la de que me gustaría estar en el mejor grupo del mundo. A veces lo pienso cuando estoy tocando, pero después, al bajarme del escenario, no. Nunca. Lo normal es que piense que si fuese a ver un concierto mío me desesperaría.

–Toda el simbolismo que has desarrollado con Marzipan, ¿te lo has replanteado en alguna medida dados los tiempos que corren? Vivimos días históricos, aunque sean en lo negativo: ¿no te apetece escribir sobre ello?

–Todo lo que escribo trata de lo que veo y de lo que me llega. Debe ser porque en el colegio lo que mejor se me daba era la asignatura de Historia. Hoy, todo lo que sucede y cómo lo cuentan es muy repetitivo. Si lees entre líneas ves que todo es propaganda. Podría comentar lo que sucede, pero no sé si sería constructivo o más bien cómico. La realidad es demasiado compleja como para comentarla en tres minutos. Yo veo la música como el mejor medio para comentar la realidad a pesar de ser un medio abstracto, pero tiene pocos recursos y límites evidentes: un libro puede tener 3.000 páginas.

–¿Músicos y artistas en general, los pensadores, los que reflexionan se supone que con mayor clarividencia, deberían posicionarse más claramente como guías de la sociedad?

–Todo lo contrario: si la gente necesita que le señalen una dirección es que existe un problema como sociedad. No existe ese mundo en blanco y negro que vemos en los medios de comunicación. Los diarios tienen poca variedad cromática. ¿Y un tipo que está cada dos por tres tocando y viendo nada más que camerinos tiene más información y puede pensar más tiempo que el resto? En música, si quieres ser consecuente, no sé hasta qué punto deberías tocar en festivales. Se podría aceptar lo que diga gente como Leonard Cohen, a pesar de ser un señor que cobra de una multinacional para vivir como una anarquista.

–Musicalmente hablando, en España hemos vivido unos últimos 15 ó 20 años extraordinarios en calidad y diversidad, pero el gran público no parece haberse enterado. ¿Cómo se puede rescatar toda esa música?

–Los buenos o malos momentos sólo se ven con el tiempo. El problema en España es que hay muy poca música en los medios de comunicación. Los buenos momentos coinciden con la existencia de canales de distribución, como ocurrió con MTV2. Pero son canales que tienes que buscar, nunca te los van a traer. Y cada vez es más de esta manera a pesar de internet, porque lo que está en las portadas nunca es lo mejor ni lo más relevante.

–¿Te interesa la política?

–Me interesa bastante, y aunque suene tópico, no creo que nadie pueda llegar a una posición política importante sin ceder en todo. No sé si vale la pena el nivel de pragmatismo necesario para llegar arriba. Tienes que ser el más mentiroso. Además, los políticos representan un tanto por ciento muy pequeño de la realidad. Hoy es mucho más importante un empresario o una marca. O un modo de vida: todo es un acto político, por ejemplo tener tres coches.

–¿Con qué estás comprometido?

–Con intentar ser consecuente con mis actos, o al menos pensar que hago las cosas después de haberlas analizado un poco y no porque tocaba hacerlo. Es el problema de la política: te dicen que optes por un todo u otro, cuando éstos no existen.

–Volviendo a cosas más concretas: siempre ha llamado la atención tu timbre a la hora de cantar, que es bastante agudo. ¿Te has sentido siempre cómodo con tu voz?

–Es lo que hay. Podría castigar la voz para cantar como el de AC/DC, pero tampoco es un modo de vida que me atraiga. Lo único que a veces me molesta es que se diga que parece la voz de una mujer, porque no creo que sea así. Aunque es cierto que podría cantar canciones de Blondie, y no negaré que me gustaría estar en un grupo en el que cantase Debbie Harry [cantante de la banda] y yo estuviese a la guitarra. De hecho, para mí, Blondie son el grupo perfecto como producto para el mundo de la música.

–¿Tuviste claro desde el primer momento cómo querías portarte sobre un escenario?

–Mi concepto de directo es el pánico escénico. Cuando salgo es una auténtica pérdida de papeles. Tengo dos modalidades: la esquizoide o la introspectiva. Si voy a una discoteca soy incapaz de bailar, pero si me está mirando todo el mundo, algo tengo que hacer.

–¿Cuál es tu lugar en Last Dandies y El Gran Amant? ¿Es secundario?

–Es mejor que sea secundario. No lo es, pero mejor que lo sea porque si no al final serán franquicias de Satellites o Marzipan. Es voluntariamente secundario.

–¿Te apetecía ser secundario?

–Me lo tomo muy en serio y procuro hacer lo mejor para el grupo. Es también una decisión política: no ser totalmente individualista y callarme un poco, aunque me cueste.

–Sólo hay dos tipos de músicos: los que al sacar disco ya tienen preparado el siguiente y los que no. ¿De qué tipo eres?

–De los primeros; siempre lo he sido. Soy de los de tiene que sacar un disco cuanto antes porque me apetece sacar el siguiente que ya tengo escrito.

–¿Cómo suena el material nuevo?

–Hay muchas cajas de ritmos. Y me gustaría que tuviese un selector de idioma, como un DVD. Es algo muy extraño: si cambio el idioma, cambio la letra. La nueva música está en inglés, castellano y catalán. Creo que si eres muy dogmático con los idiomas en la música, vas fatal.

–¿Cómo va a ser el espectáculo de esta noche?

–Marzipan es ahora muy The Cure, un grupo que dicen que es gótico pero no tiene elementos para serlo. Son como un Greatest Hits, como Joy Division felices pensando en arañas. La formación es nueva, inédita, con batería, lo cual cambia muchísimo el rollo... Será como un recopilatorio de los dos discos, con banda ampliada, con vídeos aleatorios de las diferentes influencias del grupo... También será diferente la duración: será más largo, no los 30 ó 40 minutos habituales. Sólo lo hemos hecho una vez, en el concierto del Palau Solleric [el 24 de junio de 2011], pero entonces fue como tener sólo el esqueleto. Ahora tocamos los arreglos del disco, y suena mucho más rítmico, más new wave, mucho más directo, in the face...

–Para acabar: ¿recuerdas una canción que escribiste en un momento de gran felicidad, y otra en uno de profunda tristeza?

–(piensa un largo instante) Los cambios anímicos se ven bastante claro en las canciones. Todas son bastante reflexivas. Y en los momentos de felicidad no estoy tocando la guitarra. Ni en los tristes. Las canciones son siempre a posteriori. Sí me sucede en los conciertos, que son momentos menos reflexivos y más puros, en los que puedo estar más contento o más rallado. Y por experiencia creo que no conviene que suceda. Aunque puede molar: ver un concierto perfecto no tiene nada particular, pero uno desastroso es un momento único que compartes con el grupo. O conseguir que parte del público se vaya. Puede ser glorioso.

Para escuchar la música de The Marzipan Man: http://marzipanman.bandcamp.com