El coronel Claus von Stauffenberg quiso matar a Hitler en un complot fallido que ha sido llevado al cine por Tom Cruise. Su sobrino, el conde Dominik von Stauffenberg, que en una entrevista anterior con DIARIO de MALLORCA explicó la inquietud y desconfianza que había provocado en su familia esta película y su protagonista, accede a hablar de nuevo con este rotativo justo después de ver Valkiria el mismo día del estreno, para transmitir sus impresiones con las emociones todavía a flor de piel.

-¿Qué le ha parecido la película?

-Creo que es una buena película, pero sólo eso, una película. La realidad supera muchas veces la ficción y creo que era muy difícil retratar un hecho tan importante y con tantos matices en dos horas de duración, donde se cuenta una historia que entretiene, afortunadamente. No es un documental, claro, pero es interesante y bastante fiel a la verdad. Las florituras, aunque desvirtúen, son necesarias.

-¿Qué le ha llamado la atención?

-Hay algunas cosas que no me cuadran, pero seguramente son recursos cinematográficos. Me choca la importancia absoluta de Claus durante todo el filme, como si todo dependiera de él, su inteligencia y su valor, cuando no fue así. Muchos fueron igual de valientes, pero aquí quedan oscurecidos, cuando no ridiculizados, en sus lógicas vacilaciones y miedos. Nina, la esposa de Claus, no creo que esté suficientemente bien entendida. Ella no sabía nada, y no saber la salvó de una muerte segura y atroz, aunque como mi padre y tíos pasó por el campo de concentración, separada de sus hijos.

-Háblenos de ese otro Claus Stauffenberg, el que no retrata el filme.

-Era extremadamente atractivo, alto, muy culto, elegante en el trato y un gran amigo de sus amigos. Los que le conocieron bien dicen que tenía mucho encanto, y eso enloquecía a las mujeres. Era un mujeriego, un gran organizador y un luchador nato. Como no era el heredero de la familia optó por la carrera militar. Además, era idealista, librepensador, muy aristocrático y buen vividor, como eran o son muchos que se han educado en ese entorno de privilegio, pero sobre todo de exigencia y servicio. Claus von Stauffenberg era seguidor de Stefan George, un filósofo y poeta que marcó a toda una generación.

-¿A los nobles se les educa de forma distinta?

-En Alemania ser intelectual siempre ha estado muy bien visto. Se potencia mucho la creatividad y el pensamiento, pero la industria siempre ha sido fundamental en nuestro desarrollo y no ha sido, como en otros países, patrimonio exclusivo de la burguesía. A nosotros se nos educa para ser productivos y en unos valores, quizás hoy en desuso, pero que son patrimonio de todos, como el amor a los ancestros y por tanto a la historia, la disciplina y el honor familiar. Esta es la base, junto al servicio a los demás: estar siempre disponible para el bien común. Suena idealista pero es real.

-¿Por ese ideal Claus actuó jugándose la vida?

-Él y muchos otros. Mi tío se ha hecho más popular por su carisma, pero si de algo sirve esta película es para mostrar al mundo que no todos los alemanes estaban a favor de ese loco que fue Hitler. Mi abuelo materno, el conde del imperio von Metternich, tuvo que recibirlo para el té en nuestro castillo de Vinsebeck, y como no tenía esvásticas tuvo que mandar a por ellas al ayuntamiento. Cuando llegó, la más pequeña de la familia se había quedado sin botón nazi y tuvo que levantarse las faldas para enseñar el botoncito de sus pololos. Eso demuestra que todos se veían forzados al teatro que imponía el régimen. Mi abuela decía que Hitler emanaba algo especial, pero lo encontraron terriblemente cursi. El hecho de que levantara la taza con el dedo meñique alzado daba mucha información acerca de su educación y carácter. Es imposible que mi tío sintiera respeto por alguien así. Cuando mi tío supo la verdad actuó y dio su vida para remediarlo, pero no la supo inmediatamente, aunque fuera coronel del Estado Mayor. Pero por ser nobles los Stauffenberg fuimos minusvalorados por un sector de la sociedad que no podía aceptar que una persona de alta alcurnia fuera el héroe por excelencia de la Alemania contemporánea. Hubieran preferido a un obrero de izquierdas, por eso su rehabilitación llegó tarde.

-¿Cómo vivió su tía Nina la muerte de su esposo y lo que vino después?

-Con muchísima dignidad y fuerza. Murió en el 2006, con 92 años. Nunca quiso protagonismo y eso que ella sí formaba parte de la historia. Decía de mi tío que nunca se quejó de las secuelas que le produjo la campaña en África del Norte, donde había perdido un ojo y una mano. Eso le servía de ejemplo para soportar el dolor. Además era una baronesa prusiana, y esto imprime carácter y dureza.

-¿Cuál es la semilla que ha dejado el coronel?

-Tras el atentado, mi tío fue enterrado por los mismos que le mataron con honores militares y con todas las condecoraciones puestas. Cuando el Führer se enteró les hizo desenterrar el cadáver, quemarlo y esparcir sus cenizas para que no quedara nada de él. Quería la eliminación total. En la posguerra los alemanes se afanaron en sacar el país adelante y no hubo mucho tiempo para pensar. Después vino el olvido autoimpuesto y en los setenta había que buscar culpables, no héroes. Recuerdo a un profesor de primaria que con mucho odio me llamó cerdo negro. El negro en Alemania es el color de los conservadores. Para ellos éramos culpables y yo ni había nacido. Una revisión de la historia hizo ver a la gente que la resistencia había existido, que hubo gente que se avergonzaba de dejar a sus hijos un país capaz de una salvajada tan grande como el nazismo. Mi generación no es culpable, ni las venideras, y eso se lo debemos a gente como Claus von Stauffenberg.

-Pero muchas familias siguen siendo acusadas, como los Hannover.

-Es una tontería, no tuvieron otro remedio, fue la época que les tocó vivir. Salem lo fundaron un judío y un príncipe de Baden. Allí estudió, tras la guerra, la reina Sofía, hija de una Hannover, la reina Federica. Esta familia ha sido injustamente tratada. En condiciones normales, el príncipe Ernesto es un ser adorable, pero la familia ha estado muy presionada.