Miles de padres no pudieron estar presentes en la boda de sus hijos, millones no pudieron asistir a sus familiares enfermos, casi 150 murieron por él: el Muro de Berlín separó dramáticamente y durante 28 años los destinos de los alemanes. Lo que sorprende es que medio siglo después de su construcción, tantos lo echen de menos.

Según revelan distintas encuestas, casi uno de cada cuatro alemanes querría que siguiera existiendo el ´Muro de la vergüenza´, como empezó a denominarse en la Alemania occidental, o ´Muro de contención antifascista´, como se refería a él la cúpula de la extinta República Democrática Alemana (RDA).

Y apenas hay diferencias entre los occidentales y sus hermanos orientales. De acuerdo con el último estudio sobre el tema elaborado por el instituto demoscópico alemán Emnid, el 23% de los habitantes del este y el 24% de los del oeste creen que su vida mejoraría si siguiera existiendo el Muro de la ignonimia.

Casi el 16% considera incluso que una nueva división interna es lo mejor que podría pasarle a la primera potencia económica europea, un Estado de bienestar asentado.los guardias fronterizos de Berlín de pie encima del muro de Berlín frente a la Puerta de Brandemburgo, 11 de noviembre de 1989

Llama la atención en una nación que tanto peleó por lograr la libertad, sobre todo si se recuerdan las víctimas mortales que dejó el inexpugnable Muro y las imágenes de aquella noche de noviembre en 1989, cuando martillo en mano, los alemanes de ambas partes lo tiraban abajo junto a la emblemática Puerta de Brandeburgo, abrazándose, llorando y rociándose con champán. "Nosotros, los alemanes, somos el pueblo más feliz del mundo", exclamaba el alcalde del entonces Berlín occidental, Walter Momper.

Para el profesor Klaus Schroeder, de la Freie Universität de Berlín, uno de los principales problemas es que algunos alemanes orientales han construido en sus cabezas "un concepto idealizado de la RDA que nunca existió", mientras que sus vecinos occidentales se siguen viendo como los financiadores de la reunificación.

Mientras, la nostalgia por todo lo que desapareció ha alcanzado en los últimos años una fuerza impresionante en ciudades como Berlín. En algunos bares no se sirve Coca-cola, sino Vita Cola, original de la Alemania comunista, los pepinillos del Spreewald, orgullo de la RDA, se consumen en cantidades ingentes, al igual que la cerveza Radeberger y el cava Rotkäppchen.

Pero no se trata de un muro físico, coinciden los politólogos que estudian el caso: simplemente lamentan que la vida en el país reunificado no sea como la habían imaginado. No en vano, casi todos confiaban en una tercera vía y no la brusca llegada del capitalismo.