Desde el ventanal de la cafetería, veo a una chica que tiene aparcada su moto (muy grande) en la acera. Ha abierto el cajetín de la parte de atrás del que ha sacado un casco en el que introduce su cabeza. La operación lleva su tiempo, por la melena, que ha de recoger previamente de un modo especial. La chica actúa sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Creo que le gustan los ritos previos al arranque y que se gusta a sí misma. Da la impresión de moverse para un público imaginario (¿o me habrá detectado?). El casco, de color negro, tiene algo de ataúd en la medida en que resulta hermético. Recuerda también la cabeza de un insecto, no una mosca, quizá una libélula. La sensación se acentúa porque ella es muy delgada, sólo le faltan un par de alas frágiles. El camarero trae mi gin tonic de media tarde y cuento hasta 30 antes del primer sorbo, para dar tiempo al hielo.

La chica se monta ahora en la moto, introduce la llave, hace un giro y se enciende la luz, pero el motor no arranca. Desconcertada, apaga la luz para evitar un consumo inútil de batería y vuelve a intentarlo con idénticos resultados. Así hasta cuatro veces. Se baja de la moto, se quita el casco, se ordena la melena, enciende un cigarrillo y mientras fuma observa a la moto como intentando comprender su psicología. Parece comunicarse mentalmente con ella, como si le dijera: "Te doy el tiempo de un cigarrillo para que reflexiones". Ni idea de lo que le responde la moto, que permanece ensimismada y bella en sus cromados mudos. He dado ya cuatro sorbos a mi gin tonic, todos muy pequeños. El hielo, de muy buena calidad, aguanta.

Tras acabar el cigarrillo y deshacerse de la colilla en una papelera, la chica vuelve a montarse en la moto e intenta arrancarla de nuevo sin colocarse el casco. Aunque el motor se pone en marcha a la primera, ella no hace gesto alguno de satisfacción, como si todo fuera normal. Tras esperar el tiempo que yo he tardado en dar el primer sorbo (unos treinta segundos), y sin bajarse de la moto, se coloca el casco con gestos idénticos a los de la primera vez, libera a la máquina de la pata de cabra, y baja con suavidad de la acera. Una vez en la calzada, se vuelve hacia mí, me hace una peineta y se pierde. Pido otro gin tonic.