Bauzá ha estrenado la austeridad subiendo el sueldo en dobles dígitos a su círculo íntimo, antes de que empiecen a trabajar si es que piensan hacerlo. Es decir, engorda la deuda sin crear empleo, favoreciendo así la desigualdad que venía a combatir. No paga él, por supuesto, aunque estamos seguros de que en su farmacia también aplica incrementos sistemáticos del diez por ciento a sus empleados. Frenen el impulso de tildarnos de desmesurados, no se nos escapa la lógica de abonar una prima de riesgo a quienes tendrán que soportar personalmente al president. Y en cuanto a los directores generales que blasfeman su infortunio por los rincones, en los presupuestos del año próximo se dilucidará un incremento que pase desapercibido a los contribuyentes indignados.

La subida de sueldo a íntimos de Bauzá con fondos públicos deslució la toma de posesión de Maria Salom, porque ha cundido el escepticismo sobre la sinceridad del partido que hace cuatro años enarbolaba la bandera de la corrupción y hoy se enfunda el sayal de la pobreza. Tiene que haber una explicación para que el president salve con soltura el debate de investidura y su discurso de toma de posesión –aunque ser alcalde de Balears supone completar la urbanización de la comunidad–, para incumplir sus promesas en cuanto desembarca en el Consolado del Mar.

La respuesta se halla en el despacho de Bauzá, el Fukushima de la política nacional. En ese antro se han falsificado elecciones, se ha espiado a la oposición, se han pagado millones de euros a corruptos y se ha condecorado a caciques. La maldición no se resuelve retirando el sillón mussoliniano que el acomplejado Matas utilizaba para sentirse más importante que sus invitados, ni rociando con ambientador el rastro de las colillas de Antich. Señor president, cambie inmediatamente de despacho, no se limite a un repintado. Y si esta medida radical falla, nos obligará a pensar que el problema no se centra en el ámbito de decisión, sino en la índole de la persona que sube sueldos con el dinero de otros.