Nadie olvidará jamás dónde se encontraba cuando se enteró de que Arturo Pérez Reverte llamaba "perfecto mierda" al caído ministro Moratinos. Una vez más, el novelista académico se situaba en el epicentro de la historia de España, cada aniversario de su frase se celebrará con el fervor de la efemérides del asesinato de Kennedy. Podemos seguir por esta línea, pero sería más sencillo concluir que no todo es importante. Twitter es el electrodoméstico idóneo para personas con menos de 140 neuronas, pero el chispeante comentario del escritor no requería necesariamente el pronunciamiento de los portavoces parlamentarios.

Si en este país ya no puede insultar ni Pérez Reverte, mal andamos. Los escarceos de Sánchez Dragó con adolescentes no pueden empeorar nuestro concepto de él, y solo los vallisoletanos tienen derecho a avergonzarse de que toda España conozca a su alcalde. Era más sencillo definir a Leire Pajín como la peor ministra de la historia, incluido Federico Trillo. Sucumbir por sistema a la tentación del agravio es agotador y un síntoma de engreimiento. Una variante de la democracia compatibiliza el aplauso a Moratinos –habrá tiempo de añorarlo– con una carcajada ante la descacharrante crónica de Alatriste sobre su relevo, para restarle importancia. La convivencia es contradictoria.

En cambio, me siento económicamente ultrajado. La "ejecución" –término que utiliza el novelista para definir sus puyazos– de Moratinos se sustancia en el fenomenal manifiesto "a la política y a los ministerios se va llorado de casa", síntesis de la ética envidiable de Pérez Reverte. Sin embargo, en las ochocientas páginas de El asedio no hay una frase de calidad literaria comparable. Con la apreciable diferencia de que he invertido varias horas y 25 euros en el libro. La caricatura del ex ministro me confirma que el novelista ha despistado hacia twitter una parte considerable de la concentración que exige su tarea creativa. A partir de ahora le seguiré exclusivamente por teléfono. Ahorraré en tiempo y euros.