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Ensayo cinematográfico: Por siempre Kubrick

El resplandor oculto de Stanley Kubrick

La publicación de un libro de Vicente Molina Foix sobre Kubrick, a los diez años de su muerte, nos lleva a reflexionar sobre el director

El resplandor oculto de Stanley Kubrick

Un odioso 7 de marzo de 1999 fallecía en su mansión inglesa de Childwickbury Manor uno de los grandes genios de la historia del cine. Se llamaba Stanley Kubrick. Tenía 70 años y pocos días antes de que su corazón dejara de rodar había proyectado a su familia y actores su última obra maestra, Eyes wide shut. Pasan los años, las modas se desvanecen pero el legado cinematográfico del creador de Lolita y El resplandor mantiene intacta su capacidad de fascinación. La última prueba: coinciden en la estantería de novedades dos obras engarzadas de forma distinta pero nada distante con Kubrick. Una curiosidad inesperada: Dr. Strangelove (Peter George), la novela que fue génesis de Teléfono rojo.

¿Volamos hacia Moscu? (1963). Y una mirada personal (respeto, cariño y admiración) de interés indudable: Kubrick en casa, los recuerdos del escritor Vicente Molina Foix, contratado (Carlos Saura mediante) en 1978 para los diálogos de la endemoniada versión española (doblada y subtitulada) de La naranja mecánica. Volverían a coincidir: “Tuve que afrontar la densidad textual de Senderos de gloria, entregarme al estudio profundo de las palabras malsonantes para dar voz a la soldadesca de La chaqueta metálica y solventar el laconismo sutil de algunos diálogos de Eyes wide shut”. Sin olvidarse de la menos parlanchina El resplandor. Lo que la Warner consideraba “el capricho de Kubrick” era, en realidad, su preocupación extrema porque su obra llegara a todas las partes del mundo en las mejores condiciones posibles. El libro del autor ilicitano no solo evoca la experiencia personal con el realizador, también profundiza con inteligencia y sagacidad en interesantes pliegues de la obra kubrickiana y desvela detalles poco conocidos de su forma de trabajar. También tiene una “investigación” irresistible para los cinéfilos sobre la enigmática existencia de un final alternativo a El resplandor.

Molina Foix tuvo la primera oportunidad de conocer a Kubrick gracias a la discutida y discutible adaptación de la novela de Stephen King, por la que el autor español no sentía el menor aprecio. Tras asistir a una proyección privada de la cinta en la nueva casa londinense del cineasta, “y al encenderse las luces de la pequeña sala, vi recortada en la puerta una figura que me pareció, a contraluz, la de Vitali (el asistente personal del artista). Era Kubrick, y lo primero que hizo fue disculparse ante mí y regañar a su ayudante: la copia que yo había visto no tenía aún, él lo había comprobado al entrar en los minutos finales, títulos de crédito. ‘¿Tenía la copia que ha visto el señor Molina banda sonora?’ No me pareció antipático el modo de decirlo, sino dolido, y si algo pude comprobar en los siguientes días de Childwick Bury fue que la maniática exigencia del director no era orgullo ni ansia de mando, sino el empeño de quien busca en su trabajo la excelencia y quiere que lo que vean los otros, allí donde estén, sea igual de excelente que lo que él ha luchado tanto por lograr”.

Allí mismo, en la última fila, Kubrick le hizo un breve saludo de cortesía “y fue al grano de un modo que no todos los artistas practican, y menos ante un asalariado desconocido y treintañero como yo era ese día para él: ‘¿Qué le ha parecido el filme, señor Molina?’ Hablé bastante, atropellado por los nervios de verme escuchado con ganas y atención por un personaje de su estatura, que abiertamente quería saber con detalles lo que me había gustado y por qué (...) Solo al día siguiente, cuando él y yo almorzamos frugalmente en su cocina tras mi primera sesión de trabajo ante la moviola, supe que yo había sido el primer espectador de carne y hueso con quien habló de El resplandor, fuera de su familia y el equipo de realización y posproducción”.

Cinco días después, sus elogios tuvieron premio: dos horas de entrevista con el genio. Algo que muy pocos humanos pueden contar. Poco tiempo después, una llamada telefónica sorprendente: “¿Tenía yo pensada una solución para traducir la frase hecha sentenciosa en inglés que la esposa Wendy ve escrita en el manuscrito infinito de su marido Jack? “­‘Todavía no’. ‘No hace falta que se rompa la cabeza, señor Molina. Vamos a filmar mañana los insertos de esa frase en cada una de las lenguas de los doblajes, y para el castellano, mi hija, ayudada por unos amigos españoles que viven aquí, piensa que la más apropiada es ‘No por mucho madrugar amanece más temprano’. ¿Qué le parece a usted?’”.

Glubs: “Experimenté primero alivio al no tener que estrujarme los sesos y quizá no acertar, me entró después la duda sobre el refrán elegido por los Kubrick padre e hija y, por encima de todo lo anterior, sentí un respeto mayor hacia el orfebre que vela hasta ese punto por la satisfacción de su público. Así se estrenó El resplandor en España y así puse yo la misma frase, por coherencia, en la versión original subtitulada”. Molina Foix indaga en uno de los misterios más sorprendentes (un “horrendo estrambote” y “ manido”) que alberga la película... y que nunca se verá en la pantalla. No hagamos spoiler pero sí recurrimos a su conclusión: “El maestro Kubrick, el perfeccionista, el obseso de los acabados, el maniático más riguroso, también cometía errores de bulto en su quehacer, como cualquier novelista, cineasta, poeta o artista de cualquier sexo que tantee y busque, y quiera ser original y certero y se equivoque y acabe siendo a ratos trivial”.

El resplendor trajo cola en España... y no por las cifras de espectadores sino por las críticas feroces a las voces elegidas para doblarla que “no eran culpa mía, ni siquiera responsabilidad de Carlos Saura; eran las voces que, en un proceso minucioso y extraordinariamente pormenorizado, el propio Kubrick había elegido entre las opciones que en cada película se hacía grabar en la capital correspondiente del país doblador para asignar él a todos los personajes importantes de cada una, siempre con la premisa bien clara de que prefería actores de teatro y cine no asiduos del doblaje”. Las turbulencias que vivió la traducción del título (finalmente descartada) Eyes wide shut, los sinsabores del (mal)trato comercial a la obra de Kubrick tras su muerte, los paralelismos asombrosos entre Senderos de gloria” y La chaqueta metálica, la devoción del director por El espíritu de la colmena, el divertido motivo por el que Mario Camus fue reclutado para dirigir un doblaje... Dan para mucho las 136 páginas del libro, rematado, como no podía ser de otra forma, con la entrevista que le hizo Molina Foix, y que no tiene desperdicio...

“P: Querría preguntarle sobre sus preferencias. ¿Qué películas...?

R: Me gustan las buenas (risas)”.

Dr. Strangelove (…O cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba), editado por La Fuga, es la novela del galés Peter George que sirvió como punto de partida para ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, la despiadada sátira política sobre el terror al apocalipsis nuclear en plena Guerra Fría. Fue la primera obra de George, combatiente en la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial, y que vio la luz en 1959 con el título Red alert. El azar quiso que el libro llegara a Kubrick, que unió sus esfuerzos con el vitriólico autor Terry Southern y el propio George para escribir el guión. Al año siguiente, George -que se suicidó en 1966- publicó una nueva versión aprovechando ya el título de la película, Dr. Strangelove. La primera traducción al castellano es un festín para el cinéfilo a la hora de buscar diferencias con lo que hemos visto en la pantalla. Se conserva en su integridad el tono de humor sombrío y brutal que enlaza suspense militar con farsa política de primer desorden. No deja títere con cabeza en su mordaz aproximación a los delirios y chapuzas de algunas mentes militares y las barrabasadas de los dirigentes mundiales, con momentos que hielan la sonrisa, sobre todo porque siguen de espeluznante actualidad.

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