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Cómic

Tan cerca, tan lejos

En un mercado donde abundan las memorias históricas y personales resulta muy saludable respirar de vez en cuando los aires de realidades alternativas y de galaxias no tan lejanas como suponíamos

Tan cerca, tan lejos

De entrada aplaudo toda propuesta imaginativa, que nos aproxime a los géneros que nos llevaron a amar este medio. Estamos huérfanos de fantasía. Recientemente he leído dos tebeos españoles de ciencia-ficción, quizás no redondos pero sin duda interesantes.

En La auditora se nos sitúa en un pueblo costero dedicado aparentemente en su totalidad a la fabricación de un misterioso producto. Todo el lugar parece dominado por una familia, compuesta por una dominante madre y varios hermanos muy distintos entre sí. En las primeras planchas comprobamos cómo supervisan la producción y cómo se comportan los diversos miembros de la familia. Luego aparece el primer conflicto: un robot que vive camuflado entre los trabajadores. Para descubrirlo deciden recurrir a la ayuda de esa auditora que da título a la obra. Es la ayudante de una inteligencia artificial y se dedica a comprobar que la industria se gestiona con eficacia. Al mismo tiempo, intenta localizar al robot perdido. Esta novela gráfica cuenta con un dibujo correcto y un argumento entretenido. A veces el ritmo es irregular, como el dibujo. Pero en general se nota esa voluntad de construir una narración amena, con sorpresas y personajes poco habituales. Considero que tiene un problema estructural. En la presentación parece que estamos ante una obra coral, vamos a ver cómo evoluciona ese microcosmos, cómo maduran y cambian sus componentes. Pero en realidad no es así. Hay un pasaje especialmente fallido, cuando la mujer del cazador cuenta su truculenta historia de automutilación, que señala el desplazamiento de la narración. Pasa de atender al colectivo a fijar su atención en una única persona. Con lo que nos quedamos esperando más novedades del "fondo". Lamentablemente, ese contexto que se ha desplegado con tanto cuidado al inicio, prácticamente se abandona en la segunda parte, centrando el relato en el clásico tema del robot que no sabe que lo es y se siente humano. Está bien, pero acaba sabiendo a poco.

En ¡Universos! Monteys sí que da lo que promete. Construye mundos y los derrumba con insolente facilidad. No le basta con abordar los clásicos temas de la ciencia-ficción, alternativas existenciales que podríamos vivir o aventuras en lejanas galaxias donde los héroes se enfrentan a desafíos que sentimos muy próximos. No, él mezcla crítica social, mucha ironía, una narrativa que nunca se conforma con la solución más simple y todas las capas de significados posibles. Acumula referencias mientras nos guiña el ojo para indicarnos que esto de la fantasía no es serio pero le sirve como vehículo para sus conceptos. El envoltorio es sin duda agradable y el color muy bonito. Ganas no le faltan. Pero me pregunto si los resultados son tan convincentes como algunos afirman. La primera historia nos cuenta cómo un empleado viaja, por orden de su empresa, al principio del universo. La idea es poner el logo de su compañía en las primeras células para que toda la existencia se convierta en propiedad de su jefe. Como siempre ocurre en los viajes en el tiempo algo sale mal. La narración no se detiene ante nada y asistimos al complejo y dificultoso regreso de ese protagonista que comprueba que nada es tan fácil como le habían prometido. ¿Lo mejor? El chiste con el imperio de las hormigas, una burla a la evolución que el héroe se permite. ¿Lo peor? Un final demasiado atropellado teniendo en cuenta el despliegue sicodélico del inicio. A partir de ahí esa es un poco la tónica. Buenas ideas con desarrollos erráticos. En mi opinión el mejor episodio es el último, ese desplazamiento temporal que asegura una premisa fácil de entender y que se cuenta bien, hasta el final. Pero esa sencillez narrativa es más la excepción que la norma. Con todo, un trabajo valioso y bien intencionado.

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