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Larga vida a Juego de Tronos

El éxito de Juego de Tronos fue inverosímil tras publicarse las novelas, imprevisto tras su primera temporada e imparable en esta última que ha acabado. Aunque finalice, su legado se aprecia ya en la cultura y la política

Cartel de Juego de tronos.

Los éxitos son, en una horquilla larga de tiempo, previsibles. Los fenómenos de masas siempre son imprevistos. Más que estar en el sitio y momento correctos, exigen unas dosis de muy altas de suerte, determinación y talento de sus promotores.

Juego de Tronos recibió el pistoletazo de salida por la HBO en circunstancias no fáciles. La emisora estaba en la cresta de la ola, sí; y por ello sufría la enorme presión de crear como mínimo una nueva serie a la altura (de audiencia y/o crítica) de Los Soprano, The Wire o Deadwood.

Las novelas de George R.R. Martin no barruntaban poseer materia prima capaz de alcanzar a esos ejemplos. Aunque tenían su público fiel en el género fantástico (ficción futurista o atemporal con limitado uso de tecnologías avanzadas), rodarlas se presumía muy complejo y muy caro. Equivalente a El señor de los Anillos cuando se adaptó al cine.

Martin se hizo pocas ilusiones, y se mantuvo éscéptico cuando autorizó a los guionistas David Benioff y Dan B. Weiss a adaptarla y presentarla a la HBO. Michael Lombardo, director de programación de HBO se asustó, lógico por la dimensión del proyecto. Sin embargo, un día coincidió con Weiss en un gimnasio y se fijó que el guionista pedaleaba en una máquina y al mismo tiempo releía y no paraba de subrayar y anotar una copia de la novela. Ese entusiasmo, esa pasión, convencieron al productor. Pensó para sus adentros, 'estos chicos no buscan el pelotazo fácil. Lo hacen porque les encantan estas historias.' Menos de un año después se puso en marcha la rueda. 2007 fue el inicio de la producción; 2011 el inicio de la emisión, plazos acordes con la complejidad del proyecto.

La recepción inicial del público fue buena. La de los críticos, variada. Notaron el citado entusiasmo pero sus prejuicios les driblaron. Compararon (por separado) la serie con The Wire, Perdidos, Los Borgia o Sexo en Nueva York. La verborrea les pareció negativa (en una serie de acción seudomedieval), pensaron que muchos espectadores se perderían en el laberinto de tramas y reinos y minimizaron el componente femenino. Poco a poco ellos, casi todos, han caído rendidos.

La clave del éxito de la serie es haber encontrado la cuadratura del círculo en obras de ficción. La famosa cebolla con capas asequibles y atractivas a todo tipo de audiencias, desde las más conformistas y escapistas a las más exigentes.

En el nivel más superficial hay conflictos irracionales y pasionales. Venganzas, tribalismos, sexo (desnudos y capados revolcones) y una grave amenaza exterior, el invierno que amenazan los neohunos del otro lado del muro pero que nunca llega. Líderes con pinta de serlo, territorios diferenciados tanto por su geografía como por sus habitantes, venganzas. Y sangre, mucha sangre. Demasiada sangre para algunos; la justa, revisando los audímetros, para 25 millones de espectadores.

La siguiente capa, el siguiente mérito de Martin fue no limitarlo a una lucha a dos, tres bandas, sino ampliarlo a siete. Eso ha dado pie a múltiples combinaciones de alianzas y rupturas, intrigas políticas que no desentonan de House of Cards. Además, aunque la ambientación tiene inspiración muy medieval, no lo es del todo. Aprovechando la libertad que concede el genero fantástico, Martin añadió elementos tomados de los romanos (el muro de Adriano), Atlantis, Bizancio, Islandia, el Renacimiento, la Guerra de los Cien años o los hunos. Y arrinconó elementos que le motivaban poco como la brujería.

Los siete reinos además multiplicaron los personajes. Los espectadores, con esfuerzo, han podido asimilarlos. Otra norma que saltó por los aires, con perplejidad al principio, fue cargarse en cada temporada a uno de los protagonistas€ Excepto en las últimas. Una casta, Jon Snow, Darneerys, Cersei, Sansa y alguno más se han vuelto 'inmatables' para poder mantener la tensión de cual de ellos sobrevivirá/triunfará al final, si los salvajes del norte no pasan a todos ellos por la piedra. Otro (gran) acierto fue dar muchísimo protagonismo al discapacitado físico, superdotado mental y bon vivant Tyrion Lannister, papel que reportó a Peter Dinklage un Globo de Oro y tres Emmys.

Por ese incansable juego de luchas, amores, alianzas y desencuentros, Juego de Tronos se ha convertido en una de las series más vistas de la historia mundial. Ha reventado además algunos cánones narrativos de las series televisivas, ha inspirado un montón de sucedáneos y, el premio gordo, se ha convertido en referente cultural y social. A los políticos ya no se les compara con el maquiavelismo de Borgen o El Ala Oeste de la Casa Blanca; ahora se buscan paralelismos con los Lannister, los Stark o la princesa Daneerys. Y el amenazante invierno ficticio se invierte como metáfora ante el igual de sombrío cambio climático. Aunque HBO tenga un mayúsculo reto para repetir un éxito similar, Juego de Tronos dejará en la calle una larga sombra.

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