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Novela negra

Bernard Minier, el nuevo polar francés

Una maldita historia, la novela más reciente de un autor tardío que marca su propio territorio

Bernard Minier.

En los años 50, la editorial Gallimard, en la colección Série noir, introdujo el género negro norteamericano en Francia. Desde ese momento algunos escritores franceses imitaron la nueva novela negra llegada del otro lado del Atlántico. En los 70, después del mayo del 68, surgió el neo-polar, una novela negra autóctona muy cargada ideológicamente, con Jean-Patrick Manchete y Jean-Claude Izzo como máximos exponentes. Actualmente, la novela negra francesa se encuentra muy fragmentada en estilos y tendencias, pero en todas pesa de una forma u otra la globalización y las redes sociales como protagonistas. Eso es lo que subyace en Una maldita historia de Bernard Minier (1960), pero vayamos por partes.

Bernard Minier nos dijo en la XXI Semana Negra de Gijón, que no había terminado su primera novela, Bajo el hielo, hasta que no cumplió los 50 años. Fue entonces cuando comenzó su carrera literaria de la mano de su personaje principal, el comandante Martín Servaz de la Brigada Criminal de la Policía de Toulouse, del que ya lleva publicadas otras tres: El círculo, No apagues la luz y Noche. Si Servaz semeja a un Sherlock Holmes moderno en el Pirineo francés, el asesino en seri e Julian Hirtmann es su profesor Moriarty. Los casos de Servaz han sido trasladados a la televisión. Así, en 2016-17 se estrenó una serie de seis capítulos con Charles Berling en el papel del comandante Servaz. Minier cree, como su personaje, que la vida de la gente es como un iceberg, pues bajo las aguas hay secretos dolorosos. Admira a Edgar Alan Poe, pero defiende que Honoré de Balzac escribió novela negra antes que él. Un asunto tenebroso, nos dirá, se publicó por entregas en 1841 y Los crímenes de la calle Morge no vio la luz hasta 1843.

Ahora nos llega Una maldita historia, una novela sin su investigador talismán, pero también llena de suspense y de su crítica a las redes sociales y a la globalización. Bernard Minier afila sus ataques al desarrollo de internet, pues considera que es el final de la vida privada, la amenaza para nuestras libertades políticas y personales: "de ser un instrumento de emancipación planetaria ha pasado a ser un instrumento de control y adoctrinamiento, que se disputan gobiernos, fanáticos o simples asesinos" (p. 508). Esta novela se desarrolla en la isla de Glass, una construcción ficticia basada en un entreverado de cuatro islas reales: Orca, San Juan, Whidbey y Bowen. En ella nos presenta un microcosmos en el que todos se conocen, una comunidad cerrada que cuando marchan los turistas se permiten el lujo de "dormir con la puerta abierta", metáfora suprema de la seguridad ciudadana, al decir de Leonardo Sciascia. En ese escenario, dos adolescentes de diecisiete años, Henry y Noemí, rompen su relación a bordo de un ferry. Al alba, Noemí ha desaparecido y el Sheriff encontrará su cadáver en una playa y con signos evidentes de violencia. Todos los amigos comunes de Noemí y Henry iniciaran las investigaciones en paralelo a las pesquisas del Sheriff. Al final, todos sacan a la luz los secretos de los vecinos del pueblo, sus fogosidades encubiertas y sus angustias malignas. Independientemente de la intriga sobre quién puede ser el asesino en esa comunidad cerrada y de las razones que le llevaron a cometer ese crimen, hemos de rematar que estamos ante una novela cuya preocupación principal es reflexionar sobre la adolescencia y el temor a la edad adulta, cuestiones comunes en cualquier parte del mundo. La novela presenta dos narradores: el primero es el propio Henry, que nos llevará de la mano en las investigaciones; el segundo será un narrador omnisciente que nos sumergirá en subtramas repletas de traiciones, ambiciones, amores prohibidos y engaños, que al final nos harán dudar de quién es quién en la realidad. Minier va a utilizar una prosa fluida, pero muy cuidada. Los diálogos son escasos, si los comparamos con la tradicional novela negra. Y su ambientación es espléndida, pues traslada los paisajes del Pirineo, que conoce a la perfección, a su isla imaginaria en la frontera canadiense.

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