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Televisión

Mentiras largas

De Liar a Mr. Mercedes, una serie con el sello de Stephen King

Mentiras largas

Quizá con cuatro episodios le hubiese bastado a Liar para contarnos la ambigüedad del título: "Mentiroso" o "Mentirosa", que en inglés es igual. Es más: ganaría en intensidad, aunque la serie se deja ver muy bien y el espectador quiere ver ansioso cómo acaba. Chica profesora, estable, clase media, encuentra a chico cirujano, estable, clase media. Se citan, cenan, toman unas copas, te acompaño a casa, subo un momento que me olvidé las llaves del coche y llamo a un taxi, me voy enseguida, vale, está bien, ¿oímos un poco de música?, ¿tomamos una copa?... todo parece encaminarse a una noche de sexo y acaso amor. Y fundido en negro. Ella despierta, nada le cuadra: una laguna temporal enorme aunque la firme convicción de que ha sido violada. Así lo denuncia. El médico niega la mayor ante la policía: todo fue consentido, habíamos tomado algo de vino, no sé a qué viene esto€ ¿Quién de los dos miente? La serie parece caminar por ahí, solo por la intriga. La balanza se inclina ora a un lado, ora al otro. Pero algo debió de ocurrir con la producción de Liar, tal vez la posibilidad (luego real) de rodar una segunda temporada, pues empieza a desarrollar los líos de los personajes secundarios y la acción se dispersa abandonando la dirección única primera. De hecho -y muy bien hecho: en la pantalla una sola mirada basta- , se descubre quién miente a mitad de la serie y es entonces cuando la deriva argumental se abre mucho: la tenaz lucha de la víctima para que aflore la verdad -como eje- , pero también un asesinato con varios posibles culpables, historias laterales de desamor, venganza posible, hasta una breve subtrama de diferencias culturales€ segunda temporada. Más comprimida, una serie de intriga y reivindicación. Tal como está, una baraja abierta€ y sin embargo. Y sin embargo resulta muy entretenida, para verla de un tirón.

Pero la que es larga, larga, larga, es Mr Mercedes, una adaptación más del prolijo Stephen King. Un policía retirado -el gigantesco Brendan Gleeson- atisba la posibilidad de resolver, pasado tanto tiempo, una matanza cuyo carpetazo investigador le obsesionó y obsesiona. Cierto canalla terrorífico atropelló con un coche "Mercedes", una madrugada de años atrás, a una larga fila de pobres gentes que buscaban trabajo. ¿Lo conseguirá el policía? ¿Cómo? Pues bien: diez episodios, casi diez horas para saberlo. Y, claro, una puerta abierta también a una segunda temporada. ¿Cómo rellenar trama tan endeble? A base de Stephen King, o sea, alternando una vecina encantadora y un chavalete simpatiquísimo y unos excompañeros polis comprensivos - si bien desengaños de la vida, como corresponde al tópico- y una historia de amor truncada y tazas de té y meriendas€ alternando, digo, con incesto vomitivo, vomitivas escenas de evisceraciones, vomitivos personajes, vomitivas demencias al por mayor y locura vomitiva en grandes dosis. Y unas pinceladas aquí y allá de crítica social (el inefable gerente de la tienda, la dueña del "Mercedes"€), una chica autista listísima para que veamos que donde menos se piensa salta la liebre, canciones clásicas tipo blues al principio de cada episodio: muy de Stephen King. Vale, el gore y tal y cual mola a muchos, tiene público. Pero estomaga y nos manda al servicio a vomitar cuando se trata de un aderezo inútil o innecesario: cuando lo único que nos interesa es que pillen al malo y le den candela. Y pronto.

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