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Memoria y teatro

Patrick Modiano, la vuelta de un Nobel

Patrick Modiano, la vuelta de un Nobel

No, no es la misma novela trenzada con los hilos de la memoria. Patrick Modiano tiene muchas formas de conjurar el pasado. Gran parte de lo que le llevó originalmente a investigarlo fue descubrir que su padre hacía negocios en el mercado negro y que, siendo judío, llegó a colaborar con la Gestapo en la Ocupación, una de las páginas negras en la historia de Francia. Por eso escribe. ¿Acaso escribir no consiste en explorar todas las posibilidades que no entendemos, abrir un camino donde haya más voces, interpretar una misma música de manera distinta? Huyendo de la intriga sólo existen escritores mediocres, ha dicho en más de una ocasión el propio Modiano. A él le corresponden el tiempo y la memoria como a Proust; la impostura y la vergüenza, igual que a Celine. La obra de Modiano es el resultado de un proceso sin concluir porque la propia historia jamás lo aclara todo, siempre queda algo por identificar o indagar. Modiano fábula alrededor de las viejas heridas que permanecen abiertas. Sus novelas son circulares.

La mayoría de ellas, aunque un poco menos en Recuerdos durmientes, el libro con que ha roto el silencio que él mismo se impuso después de obtener el Nobel, encierran un meticuloso diccionario geográfico de las calles parisinas, que tan bien documenta Fernando Castillo en París-Modiano, un libro imprescindible para moverse por ese mundo, que la editorial Fórcola publicó en 2015. Cuando el narrador confiesa que es extraordinariamente sensible al espíritu del lugar, no bromea. Modiano es un incansable topógrafo, sus personajes son peatones que no siempre saben adónde les llevan sus pasos, algunos de ellos se convierten en geómetras burlados por un catastro íntimo. En busca de las sombras perdidas de su juventud, la prosa sonámbula del gran escritor francés vuelve a trazar límites. Circula en un perímetro limitado por los bulevares como si fuera el eterno retorno de sí mismo. Camina en un estado de hipnosis en un París brumoso, en la línea incierta que separa la realidad del sueño, buscando unirse a un tiempo fijo que sigue eludiendo. Fuera del alcance de cualquiera.

Está, además, su catálogo de nombres propios, a menudo agrupados en listas. Algunos son compuestos, otros enlazan con una ficción anterior como Geneviève Dalame que ya aparecía en Accidente nocturno. También pululan a través de las páginas las figuras sombrías que le acechan desde la infancia, el caso es que el lector nunca está del todo seguro de quien es quien en el universo Modiano. Están sus referencias a otros libros con títulos reveladores, El tiempo de los encuentros, una novela de 1948 de Michel Zéraffa, o El eterno retorno de lo mismo, un concepto de Nietzsche que traduce una de las mayores obsesiones del autor por recobrar su memoria.

¿Recuerdos durmientes? ¿Qué es un recuerdo durmiente Sino el fragmento perdido de un pasado? Es agua estancada, un puente que no se eleva y un espía que sabe cómo desaparecer. Un recuerdo durmiente es un recuerdo borrado. Pero a veces el estanque drena, el agua estancada brilla, el puente levadizo cumple su función de abrir paso, el corazón comienza a latir y el espía recibe inesperadamente un disparo en el inicio de una nueva historia. Ni siquiera somos dueños de nuestro olvido, los recuerdos nos abandonan sin darnos cuenta. Rebrotan y vuelven a desaparecer. Con Modiano hablamos siempre de un polar refinado donde el pasado que no pasa se ocupa de sacudir los frágiles cimientos del presente y no deja un hueco de l u z por donde pueda presentirse el futuro. Su lenguaje es calculadamente silencioso, hay precisión en los detalles pero también cierto desenfoque que ayuda al lector a sumergirse en la atmósfera neblinosa y en el olor del humo de los Gitanes de ese París que no se acaba de sacudir la pesadilla de la Ocupación y sus negras secuelas. Abundan los códigos que se repiten, viejos números de teléfono, direcciones y nombres que el lector recuerda de otras veces y que le permiten pensar por un momento que lo que está leyendo existe y no es producto de un sueño. Igual se trata simplemente de una ilusión.

En la novela de su rentrée el narrador sigue la pista perdida de seis mujeres con las que mantuvo relaciones en los años 60 cuando era un joven solitario. Dos de ellas fueron pretextos para escapar de la tutela de sus padres, y de otra no llegamos a conocer siquiera su nombre. La cuarta, la anteriormente citada Geneviève Dalame pertenece al mundo esotérico que le conduce a Madeleine Péraud y Madame Hubersen. De las tres, la que más le marcará es, sin duda, la primera. La sonámbula que parece caminar "al lado de su vida", al igual que el padre ausente. En un sueño a medias real, una mujer que estudia el ocultismo lo pone en contacto con varios hombres de procedencia siniestra y se ve involucrado en una muerte que puede, o no, ser un asesinato.

Patrick Modiano ha vuelto, tras su prolongado silencio, no con uno sino con un par de libros. El segundo de ellos es una pieza de teatro en un acto titulada Nuestros comienzos en la vida, donde el autor convoca sus sueños de artista adolescente. En una sala, Dominique, nombre que coincide con el de la mujer de Modiano, ensaya el papel de Nina en La gaviota, de Chéjov, mientras su novio, Jean, un aspirante a escritor descorcha los problemas con Elvire, su madre, una actriz de vodevil venida a menos, que es a la vez una transposición de la madre del novelista, Louisa Colpeyn. El cuarto personaje es Caveux, su padrastro. Sigue una sucesión de diálogos inteligentes y afilados, la prueba de que el Nobel francés se siente cómodo en cualquier escenario, como demostró ya hace años con el guión de Lacombe Lucien, escrito conjuntamente con el director de la película, Louis Malle, y que Anagrama recupera para culminar provisionalmente su "biblioteca Modiano" de 23 títulos, una de las mayores y mejores adicciones literarias que conozco.

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