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Oblicuidad

Vargas Llosa se reconcilia con la buena novela

Vargas Llosa se reconcilia con la buena novela

La gente que no lee libros insiste en la estupenda salud de la novela en castellano, y quien se atrevería a desmentirles. Los lectores lo tienen más difícil, porque en la mayoría de casos cuesta emprenderlas. De ahí que Tiempos recios, la inmersión de Mario Vargas Llosa en la despiadada jungla de la política centroamericana, ofrezca dos pautas de felicidad. Una por la narración en sí misma, la segunda porque rescata a un autor enfangado en las marismas de la decrépita jet set.

El escritor traza con maneras de gran reportero el momento en que la CIA empezó a dar miedo, y se labró su leyenda de falsificadora a balazos de la historia. Esta síntesis garantiza que no sea una novela recomendable para quienes se enamoraron del Nobel a raíz de su emparejamiento con Isabel Preysler. Al contrario, un lector desprejuiciado tenderá a concluir que Vargas Llosa se ha tomado cumplida venganza izquierdosa de la sociedad del espectáculo en la que pace voluntariamente. Suerte que sus aliados oportunistas agarrarían antes un hacha que un libro, escrito además para solaz de las clases medias.

Toda revisión de Tiempos recios compite en desventaja con la excelsa valoración crítica de la novela efectuada por Tamara Falcó en las páginas de ¡Hola! La presentación del libro, fiel y extensamente reproducida en la revista, congregó a la casta contra la que se dirige el volumen. Ninguna de estas consideraciones interfiere en la feliz lectura, aunque tampoco negaremos que ofrecen un placer suplementario. Pese al catálogo de seres dominados por su cerebro reptiliano que retrata la novela, y la familiaridad genética establecida con La fiesta del chivo de los Trujillo, el peruano no alcanza la gloria de su incursión precedente. Relatos así se dan media docena en cada siglo.

Arranca Vargas Llosa de otro personaje femenino y de frivolidad contrastada, la Martita Borrero Parra que fue bautizada Miss Guatemala por bella, "vivaracha" y sucesivamente vinculada a figurones centroamericanos desde el sexo o los sentimientos. El desempeño y despeño del presidente Jacobo Arbenz trenza la novela, pero la víctima de la CIA queda pronto enterrada de personaje secundario. Esta magistral evocación de la intromisión yanqui en su patio trasero solo cojea por una censura que el autor no ha disimulado.

En efecto, Vargas Llosa aprovecha el último capítulo de Tiempos recios para recordar que Miss Guatemala vive, no demasiado dispuesta a que se embrutezca su leyenda. El escritor la visita en el vecindario lujoso de Washington. Allí recibe, y así lo reproduce, una seria reconvención sobre el recurso a los abogados recosedores de honras. Los lectores abonamos esa factura.

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