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Salud

La lucha biológica contra el cáncer

Aún necesitamos tecnología más afinada para elegir bien las dianas de los nuevos fármacos

La lucha biológica contra el cáncer

El uso de las sustancias químicas para tratar enfermedades se remonta a la medicina medieval islámica. Pero su incorporación de manera sistemática ocurre en el siglo XVII con el surgimiento de la llamada iatroquímica. Posteriormente, en los tres primeros cuartos del siglo XX la oferta de sustancias químicas con poder terapéutico inundó el campo de la medicina. A la vez se empezaron a emplear compuestos biológicos, como la insulina o las vacunas. Pero la revolución de los fármacos biológicos ocurre en el último cuarto, en la era de la biología molecular.

El cáncer es la enfermedad donde la oferta de medicamentos biológicos es más grande. En el siglo pasado el tratamiento médico de esta enfermedad se hacía con sustancias químicas, de ahí el nombre de la especialidad entonces: quimioterapia. Son fármacos que agreden de manera mortal a las células casi siempre en el momento que se reproducen. En eso se basa su potencial beneficio: como las del cáncer se multiplican más, con esos fármacos se matan especialmente esas células. Y otras, como las de la sangre o las que hacen crecer el pelo. Son los efectos adversos y secundarios que ponen el límite al tratamiento. El primero que se atrevió a llevar el organismo de una enferma al límite fue el oncólogo posiblemente más renombrado: De Vita. Le permitieron tratar a una paciente con enfermedad de Hodgkin, un cáncer de la sangre, con una combinación mortífera que llevó hasta las últimas consecuencias. La curó y se estableció como el tratamiento estándar. De esta forma fundó la especialidad y abrió el camino a ese tipo de tratamiento que llevan a los pacientes al límite de su resistencia. Algunas veces con éxito. Pero, realmente, los éxitos en la lucha contra el cáncer se deben fundamentalmente a la prevención. En cuanto a tratamientos, la cirugía es la verdadera responsable de la mayoría de las curaciones en los tumores sólidos.

En los últimos años, la capacidad cada vez mayor de crear fármacos biológicos impulsó la esperanza de que un abordaje médico podría acabar con el cáncer; como los antibióticos con las infecciones. Dado que con la quimioterapia la amenaza mortal del cáncer establecido apenas se había modificado, se pensaba que con la nueva farmacoterapia se podría atacar en su raíz, en aquello que lo hace mortal: las proteínas que fabrica y que lo hacen inmortal, invasor, maligno en una palabra.

Un fármaco biológico, en contraste con el químico, está fabricado por organismos vivos, casi siempre bacterias. Ellas hacen las moléculas que influirán en la biología de las células cancerígenas, esa que les permite crecer y multiplicarse mientras producen sustancias dañinas para el organismo. Hay toda una investigación básica detrás de estas moléculas, un fascinante mundo de manipulación de la vida en su origen. Casi toda se llevan a cabo en universidades y agencias gubernamentales con fondos públicos. Allí se comprueba en el laboratorio que la molécula que diseñaron da en la diana y ejerce el papel: bloquear una vía metabólica, por ejemplo. Queda mucho camino por recorrer antes de que ese potencial fármaco llegue a la clínica. Es difícil saber con exactitud el grado de fracaso. Una publicación reciente, bastante fiable, lo calcula en el 97%. La apuesta por una molécula que sale del laboratorio, por tanto, es muy insegura. Por eso en el precio de las que tienen éxito figuran los gastos de los fracasos. Porque la farmaindustria vive de ganar dinero.

Deberíamos preguntarnos por qué tal grado de fracaso. Quizá la tecnología no sea tan precisa como se cree, de manera que las dianas que se eligen son erróneas o insuficientemente vitales. La realidad es que hay demasiados falsos positivos en el laboratorio, protofármacos que cuando se experimentan en organismos vivos no muestran la efectividad anunciada. Es un mundo que se está desvelando. Día a día se avanza en el conocimiento de la complejidad biológica molecular. La inversión en ciencia básica es vital para esos avances. Porque necesitamos tecnología más afinada además de inteligencia para elegir bien las dianas. Con ello esperamos tener fármacos eficaces contra el cáncer que a la vez sean poco dañinos. Y reducir el alto grado de fracaso que hace que los pocos que llegan al mercado tengan un coste desorbitado.

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