—¿Qué tal, don Rodrigo?
—Pues preparando una mudanza.
—Nueva vida, nuevos amigos, nuevos retos.
—Fundamentalmente que no se me caiga el jabón en las duchas.
—Urdangarin creo que está muy solo
—Muy aburrido. Poca conversación. Además no es pata negra.
—¿Pata negra?
—Calles Ramón de la Cruz, Hermosilla y Ayala del barrio de Salamanca de Madrid. A ver si se va usted enterando. Fuera de ese entorno hay mucha chusma. Demasiada.
—O sea, que el hotel de Aranjuez donde está Matas tampoco.
—Con ese señor no me he dignado a hablar jamás. Es más, si he coincidido con él alguna vez ni siquiera lo he mirado. Al menos, no conscientemente. Un respeto. Hay niveles que están fuera del alcance del señor Matas. Y él lo sabe.
—O sea, que a Aranjuez€
—€ni harto de whisky.
—Cuénteme otra vez lo de las tarjetas black.
—Se trataba de un instrumento retributivo.
—¿Qué pasa? ¿No le pagaban lo suficiente?
—Si usted viera lo que yo he visto en el espejo al levantarme durante toda mi vida comprendería que cualquier retribución es insuficiente. Yo soy un Rato, cosa que usted no puede ni podrá comprender jamás.
—A Aznar no lo pudo convencer. Se decidió por Rajoy.
—Aznar era el maricomplejines del colegio de mi barrio. Un envidioso. Por eso me ignoró. ¡Compararme a mí con un paleto de Pontevedra!
—Tendrá usted alguna prevención a entrar en chirona€
—Estoy por encima de eso. Aunque no le voy a mentir: los Bloody Mary de Balmoral no creo que los preparen en ninguna penitenciaría.
—Balmoral lo cerraron€
—Y no sabe usted la de pasta que he llegado a gastar con la tarjeta esa intentando encontrar un bar igual.
—¿Alguna reflexión?
—Sí, la de que se están perdiendo los valores. Que la judicatura se atreva con gente de mi alcurnia es algo que antes no pasaba. Nos estamos yendo a la mierda.
