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Tribuna: El lado oculto de los cruceros, por Juan Mateo Horrach

La visita del Symphony of the Seas, el más grande del mundo, a Mallorca el pasado 8 de abril, ha reabierto una polémica que lleva ya tiempo presente en nuestra isla. Y no solamente en Mallorca, porque otras ciudades como Barcelona, Marsella, así como algunas islas del mediterráneo y el caribe están inmersas en la misma discusión.

Más allá de la cuestión de si la afluencia de turistas procedentes de cruceros es o no negativa desde el punto de vista de la convivencia cotidiana en Palma y de su indiscutible impacto económico para el conjunto de la isla, los cruceros, por su propio volumen y por su número, suponen un indudable impacto sobre determinados vectores ambientales. A este respecto, cabe recordar que un crucero debe prestar los mismos servicios que un hotel y, por tanto, debe facilitar agua para todos los usos, incluyendo piscinas y espectáculos o actividades acuáticas, energía para que la vida a bordo sea agradable, además de toda una serie de atracciones para los cruceristas que también consumen energía, sin olvidar que, asimismo, necesita ingentes cantidades de energía para desplazar su enorme armazón de un puerto a otro. Finalmente, todas estas actividades generan importantes cantidades de residuos asimilables a urbanos, así como otros residuos industriales propios de los equipos, generadores y demás instalaciones que disponen las embarcaciones.

En los últimos años, la competencia entre las tres principales compañías de cruceros, de ámbito mundial, ha derivado en barcos cada vez más grandes, sofisticados en cuanto a oferta al crucerista y complejos en su diseño. Un poco para situarnos; el Symphony of the Seas mide 362 metros, tiene una altura de 72 metros y desplaza más de 228.000 toneladas con una capacidad de 6.680 pasajeros que requieren de 2.200 personas de tripulación. Es decir, estamos ante una ciudad metálica con una población cercana a 9.000 habitantes, con la particularidad de que buena parte de ellos están de vacaciones, y en un lugar pensado para no parar de consumir en todo el día con lo que las demandas de agua y energía, así como la generación de residuos son mayores que en una situación "normal", y desplazándose la mitad del tiempo a una velocidad de 22 nudos por el mar, con lo que ello supone en requerimientos de energía.

Por si no fuera suficiente, varias son las particularidades que agravan el problema. Para empezar, los motores de propulsión (82 MW de potencia, como 2.000 vehículos compactos) y también los encargados de producir la energía consumida a bordo (otros 96 MW) funcionan, por razones puramente económicas, mediante un combustible distinto de los utilizados por nuestros vehículos. Se trata de fuel oil pesado que contiene elevadas concentraciones de azufre, totalmente prohibido su uso en la automoción por su elevado grado de contaminación.

Está en proceso una nueva regulación de emisiones para la industria naval pero, de momento, no ha llegado a su aplicación plena y aun en el caso que se aplique, seguirá por detrás de lo que conocemos en tierra. No en vano, el transporte marítimo se quedó fuera de los acuerdos de París para el cambio climático.

Esa fuente de contaminación se mantiene en parte cuando está parado en el puerto, dado que sigue necesitando energía para mantener en funcionamiento todos los elementos del barco. Por tanto, todas las emisiones que se generan en cada parada en el puerto se quedan en nuestra ciudad. Es cierto que se han hecho algunos esfuerzos por parte de las compañías en reducir el consumo, aplicar filtros en sus emisiones en tierra utilizando un combustible menos contaminante que el fuel pesado, pero todavía mucho más que el combustible de automoción, e instalar incluso sistemas renovables de producción de energía. Pero sigue habiendo un importante impacto en términos absolutos.

Podría solucionarse en parte, si se dispusiera de conexión eléctrica en puerto, que permitiría "parar máquinas" y alimentarse directamente de electricidad. Ello permitiría también mitigar el ruido generado por el funcionamiento continuo de los generadores del barco. Pero de momento, nuestra ciudad no se plantea esta solución por su elevado coste y, además, dado el actual mix energético que tenemos, tampoco supondría una gran mejora global; simplemente, trasladaríamos una parte de la contaminación a otros puntos de Mallorca, en los que se produce la energía eléctrica. No obstante, pensando a más largo plazo, nos parece una solución inevitable. En el norte de Europa ya existen varios puertos de primer nivel que exigen la conexión eléctrica en puerto a los buques.

Otra opción que algunas navieras ya han empezado a plantear para sus buques en construcción es el funcionamiento de sus máquinas mediante gas natural licuado, GNL, cuyo impacto por emisiones es notablemente inferior. No obstante, las navieras que lideran el mercado, como la propietaria del buque Symphony of the Seas, no se plantea de momento esta conversión. Y, en todo caso, estamos hablando de muchos años antes de que una parte sustancial de la flota de buques pudiera funcionar con el GNL.

Porque cuando el barco navega, acostumbra a hacerlo en la medida de lo posible cercano a la costa para mayor disfrute de los pasajeros, con lo que la contaminación derivada de sus potentes motores de impulsión también en buena parte acaba en nuestras costas. Y, en este caso, se trata de motores funcionando con fuel pesado, con unas emisiones muy elevadas, especialmente en azufre y partículas altamente nocivas para la salud de las personas.

Consideramos, por tanto, necesario un análisis detallado de todos estos aspectos ambientales, y otros que hemos obviado por falta de espacio, para que esta industria de cruceros no obtenga beneficios extraordinarios derivados de externalidades negativas para el resto de la población. Estas medidas pasan necesariamente por aplicar tasas realistas, ajustadas a los verdaderos impactos generados e implantar medidas restrictivas para reducir sustancialmente los niveles de contaminación actuales.

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