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Oblicuidad

La irrefutable dignidad de Philip Kerr

Philip Kerr marcha segundo únicamente respecto a su coetáneo Michael Connelly, en la creación de detectives que siguen la estela del Philip Marlowe de Raymond Chandler sin deshonrarla. Leer novelas es un hábito deplorable y por fortuna en remisión. Sin embargo, el calendario venía enmarcado en la puntual llegada de las obras de ambos. No puede ser casualidad que últimamente se sincronizaran para publicar dos títulos al año.

El americano Connelly cebó al policía Harry Bosch en su experiencia previa como cronista de sucesos de Los Angeles Times. El escocés Kerr arriesgó más, al situar a Bernie Gunther en la Alemania nazi con la insuperable Trilogía de Berlín. A continuación, lo lanzó a zigzaguear por el planeta, sin perder contacto con las ruinas humanas del hitlerismo.

He leído todas las novelas de Kerr y Connelly, más de medio centenar. He tenido la suerte de entrevistarlos a ambos. De discutir con el americano la edad de Bosch y sus perspectivas de jubilación, solventadas con la formación criminalística de Maddie Bosch, hija del detective angelino. De debatir con el escocés la peripecia mallorquina que incluye en su novela Plan quinquenal, fruto de un breve viaje a la isla.

Kerr y Connelly introducen en sus novelas de pulpa la dimensión ética que Chandler anotó en un legendario retrato de Marlowe. "Por estas calles mezquinas camina un hombre que no es mezquino, que no está manchado ni asustado...". Es un epitafio más que correcto, ahora que el escocés viene de morirse. De hecho, encargué Los griegos traen regalos cuando su autor estaba vivo, y la recibiré tras despedirlo. Es la novela número trece de la serie de Gunther, un hallazgo para los supersticiosos.

En su obra y en su persona, Kerr transmitía una irrefutable dignidad. No conviene excederse en el aprecio de los autores de novela negra, salvo que Kerr pudo haber caído perfectamente del lado con más prestigio y menos lectores. En la inaugural Una investigación filosófica, no solo firma una excelente introducción al pensamiento codificado, sino uno de los relatos que pueden alinearse en el mismo estante de otro Philip, K. Dick.

Por culpa de Kerr y Connelly, cuesta leer a sus colegas. Es difícil igualarles en precisión y orgullo narrativo. El escocés entabla diálogo con Goebbels, pero también con un otoñal Somerset Maugham. O con Newton, su única novela que no logré terminar. Se había desplazado al mundo del fútbol de la Premier para crear el personaje de Scott Manson. Disfrutaba escribiendo, y eso el lector lo nota.

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