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Impresiones invernales

Los Ángeles

Los Ángeles

Por razones que tienen que ver con mis deseos de seguir realizando trabajos de investigación ahora que las leyes de la universidad española me han puesto de patitas en la calle, he de viajar a cada poco hasta la sede de la Universidad de California en la ciudad de Irvine. Irvine tiene aeródromo (se llama John Wayne, por cierto) pero no existen vuelos directos desde España al aeropuerto con nombre del actor fetiche de John Ford. Hay que ir desde Madrid a Los Ángeles, el destino más próximo, aunque las 35 millas que separan ambas ciudades, Los Ángeles e Irvine, las recorre una autopista de ocho carriles repletos de tráfico casi a cualquier hora. Es toda una experiencia llegar a LA, que es como llaman los californianos a Los Ángeles, a eso de las seis de la tarde, después de un vuelo de doce horas de duración y cuando para tu cuerpo son las tres de la madrugada. Se hacen muy largos esos cincuenta y seis kilómetros (una milla terrestre equivale a algo más de un kilómetro y medio).

Con todo, hay que dar gracias por lo que uno cree que es miserable porque cualquier situación puede ir a peor. Durante el invierno no hay vuelo de Madrid a LA. Es preciso, pues, hacer una escala y la que te suelen ofrecer es la de Chicago. Hace un par de años Cristina y yo hicimos caso y, en un día del mes de enero, nos pasamos cuatro horas atrapados en el aeropuerto O´Hara con Chicago bajo una tormenta de nieve, esperando a que el tiempo mejorase. Al final nos inyectaron agua caliente en las alas del aeroplano para eliminar el hielo y despegamos haciendo de tripas corazón.

Escribo esto a bordo de un aparato que me lleva a Los Ángeles tras la escala obligada. Pero se me ha ocurrido que, puestos a tener que hacer una parada técnica, siendo invierno es preferible irse hacia el sur. He volado ayer desde Madrid a Ciudad de México „otras doce horas„, teniendo que pasar la noche allí por falta de conexión razonable. El DF, que es como se llamaba la ciudad hasta hace poco, estaba como casi siempre cubierto por una boina oscura de contaminación que hace que la de Madrid parezca una broma. En uno de mis viajes a México leí en el aeropuerto de Benito Juárez un aviso para los pasajeros recién llegados que decía algo así como "se desaconseja salir al exterior". Hay por fortuna un hotel en la tercera planta del aeropuerto del DF. Llegas, duermes y te vas, todo a una hora infame porque el vuelo desde el DF a Los Ángeles te obliga a facturar a las cuatro de la mañana. Pero a estas alturas el llamado jet lag forma parte ya de mis huesos y no sé ni en qué meridiano vivo, así que me he acostumbrado a dormir en cuanto tengo la ocasión.

Desde el DF hasta LA el trayecto en avión dura cuatro horas. Mejor no echar cuentas del tiempo que hace que saliste de Madrid. Ha habido ocasiones peores, como cuando Cristina y yo fuimos a la Antártida y tuvimos que ir de Madrid a Punta Arenas, la ciudad más meridional del Continente Sudamericano si nos olvidamos de Ushuaia, que de todas formas está en una isla. Comparado con aquel trayecto, que dejaba por delante nada menos que la promesa de cruzar el Cabo de Hornos dos veces, el viaje a Los Ángeles se antoja trivial. Sobre todo cuando en el Benito Juárez, esperando el embarque, he visto por una de esas televisiones que no faltan en ningún aeropuerto que en Chicago está cayendo una borrasca feroz.

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