—Don Pedro
—Aquí me tiene para darlo todo por la patria.
—¿Qué patria?
—España, por supuesto.
—¿Y qué es España?
—Lo que mi partido y yo decimos que es.
—No se licenció usted en Derecho hasta los treinta años. Se ve que le costó…
—Es que cuando se es de Neguri y además se es hijo de vizconde y nieto de condes se tiene una vida social muy intensa y lo de estudiar pasa a segundo plano.
—¿Segundo? Que Derecho, si vas bien —que no es tan complicado—, en su época se acababa con 22 añitos.
—Bueno, es que si eras una persona de bien te dejaban estar más tiempo. Pero luego hice dirección de empresas.
—Ya
—Muy difícil. La de veces que me privaba de cocotxas.
—Cuénteme su actividad de vendedor de armas. ¡Es tan interesante!
—Me he dedicado mucho tiempo a la venta de misiles. Hoy día ya se hacen maravillas. Una monada.
—Eso debe ser como vender coches deportivos, ¿no?
—Más o menos. Después, y antes de ser ministro, me pasé al sector de las bombas de racimo. Son menos espectaculares pero tienen más salida. Y yo le diría que, tacita a tacita, con las bombas de racimo matas más gente, que al fin y al cabo es de lo que se trata.
—O, simplemente, hieres a más gente…
—Que también es muy importante. Vale más un herido que un muerto, porque a los heridos hay que trasladarlos y se pierde más tiempo, en cambio los muertos…
—…déjelo, déjelo… Cuénteme lo de Zaida Cantera…
—¿Quién es ésa?
—La comandante que ha intentado hablar con usted porque estaba harta de que su coronel le metiera mano.
—Ya está usted ensuciando la imagen del ejército. Seguro que es que quiere vender un libro. ¿Qué se cree? ¿Que voy a creerme yo que no hay un interés oculto en eso que me pregunta? No se puede descartar que sea usted un terrorista… Por cierto, si es usted un terrorista, tengo unas bombas de racimo que igual le pueden interesar…
—A ver. Hábleme del papel de la mujer en las fuerzas armadas.
—Con la eliminación del servicio militar obligatorio empezaron a escasear los reclutas, y había demasiadas cantinas sin atender correctamente.
—No me estará hablando en serio…
—A un posible cliente nunca le dejaría de hablar en serio.
—Por cierto, treinta y dos contratos de su ministerio con la empresa para la que usted trabajaba…
—Para que luego duden de mi capacidad. ¡Vivalejército!
