Apenas queda vida entre Andratx y Estellencs. La lengua de fuego que recorrió 15 de los 17 kilómetros que separan ambas poblaciones engulló todo lo que encontró en su camino. Y el resultado es dantesco: la tierra es un mar ceniciento, los bosques no son más que una suma de troncos carbonizados y el monte ha cambiado su verde intenso por un gris inerte. Ahora es una carretera peligrosa, por lo que continuará cerrada ´sine die´, en la que la Unidad Militar de Emergencias (UME) continuaba trabajando ayer en la línea del frente.

Los impactantes efectos del fuego se aprecian tan pronto se sale de Andratx por esta carretera del infierno, la MA-10, en dirección a Estellencs. Humean los quitamiedos de madera, algunos todavía en llamas, y las señales de tráfico están dobladas por las altas temperaturas que se alcanzaron. A cada lado de la carretera, parajes calcinados, en los que el viento levantan densas nubes de ceniza y hacen el aire irrespirable por momentos. La calzada está salpicada de restos de árboles quemados y rocas abrasadas, que saltaron pendiente abajo por el calor.

El desastre se hace más evidente al llegar al Coll de sa Gramola. Lo que era un vergel ya no es más que un paraje lunar sin rastro de vida. Hay un letrero que indica vistas panorámicas, pero la estampa ya no es agradable. Cerca de allí, otro cartel reclama precaución, ya en vano, por el riesgo de incendio forestal. En la ladera, una pequeña caseta sorprendentemente intacta entre tanta destrucción. El fuego bordeó la costa y en algunos puntos solo el mar frenó su avance. Ayer por la mañana todavía se veían pequeños fuegos diseminados y columnas de humo. El sonido de hidroaviones y helicópteros era constante.

Ya en el término de Estellencs, en la zona de es Grau, un nutrido contingente de la UME tenía instalando su campo base, desde el que recorrían los montes cercanos, abriendo fajas en las que se arrasa la vegetación que queda en pie para que actúen como cortafuegos. El trabajo de estos soldados era evitar que el frente de Estellencs siguiera avanzando hacia el pueblo desalojado. Consiguieron mantenerlo a raya a casi dos kilómetros de la localidad, permitiendo así que los vecinos evacuados pudieran regresar ayer a sus casas y dormir con cierta tranquilidad. Cuentan que de es Grau en adelante, donde el trasiego de potentes vehículos militares es continuo, los bosques están casi intactos.

El ánimo de los militares, bregados en mil batallas como esta, contrasta con el de un policía local que lleva siete años trabajando en Andratx y conoce bien cómo eran estos parajes: "Es desolador. Con suerte, serán nuestros nietos quienes vuelvan a verlo verde".