El pasado 4 de febrero, Jaime Colomar entró el dormitorio de su padre para comprobar que estaba muerto. Y respiró aliviado. "He vivido amenazado durante 36 años. Siempre supe que había matado y quemado a mi madre, pero estaba aterrorizado Nunca dije nada por miedo. Cuando era pequeño me pegaba palizas y hasta el final de sus días juró que me destriparía si hablaba", explica este hijo de Maria Pujol, la mujer desaparecida en Calvià en 1977 cuyos restos busca la Guardia Civil en la finca Son Llebre, en Son Ferrer, donde la familia vivió durante décadas.

Jaime tenía 14 años la última vez que vio a su madre el 5 de septiembre de 1977. "Ella vivía en Palma, porque algunos de mis hermanos iban allí al colegio, y vino a buscar dinero", recuerda el hombre. Los investigadores de la Guardia Civil están convencidos de que aquel mismo día Jaime Colomar mató a su mujer y se deshizo del cuerpo, posiblemente quemándolo junto a los cadáveres de varios animales en un apartado rincón de la finca. "Recuerdo que aquel día trajimos seis vacas muertas aquí y las quemó. Es posible que entre los animales estuviera mi madre".

Solo días después de la desaparición de su madre, Jaime Colomar llegó al convencimiento de que había sido asesinada. "Mi padre me cogió en el cuarto de baño y me puso un puño americano en la sien. ´Tu madre está muerta. No quieras que te haga lo que hice con ella´, me dijo´". El imperio del terror que el padre había implantado en su casa, con episodios continuos de malos tratos y agresiones sexuales a sus hijos, consiguió que Jaime no revelara aquella confesión y que el crimen quedara impune. Ni siquiera cuando varios de sus hermanos denunciaron la desaparición de la mujer en 1991 y acudieron al programa Quién sabe dónde se atrevió a contar lo que sabía. "He vivido 36 años amenazado por mi padre. Me dijo que yo sería el siguiente y hasta el final de sus días juraba que me destriparía", cuenta Jaime Colomar.

Aunque guardaba el secreto, el hombre estaba convencido de que la verdad saldría a la luz tarde o temprano. "Siempre pensé que al final se sabría". La muerte de su padre con casi 90 años, el pasado 4 de febrero, supuso el final de la angustia. "Cuando me llamaron mis hermanos para decirme que había muerto entré en su dormitorio. Quería comprobarlo con mis propios ojos. Fue un alivio, porque lo he pasado muy mal todo este tiempo. Ha sido una agonía muy grande".

La Guardia Civil reabrió el caso cuando la última pareja del presunto asesino explicó a uno de los hijos que el hombre le había confesado dónde estaba enterrada Maria Pujol. "Cuando vinieron a buscarla enseguida les dije dónde tenían que hacerlo. Lo sabía desde el primer día", explica Jaime, mientras sigue de cerca los trabajos de los agentes. 36 años después, el hombre ha podido poner por fin un ramo de flores en la tumba de su madre.